Ella
La contemplé nuevamente con los ojos inundados de lágrimas. Su calor oscuro atravesó
mi ser, dando lugar a una infinidad de heridas destinadas a perpetuar una agonía que ella,
perversamente, disfrutaba.
Su compañía me hería, evitarla resultaba impensado. Algo en mi interior indicaba que
pronto la perdería, o me perdería yo en el vano intento.
Caminé a su encuentro, un destello de luz opaca aturdió mis sentidos y, acto seguido, caí
inconsciente.
Se acercó lentamente, palabras frías huían de sus labios traicioneros, mentiras camufladas
me distrajeron mientras sus garras se apoderaban, sin mesura, de mi voluntad.
Rendido a sus pies, fui un esclavo más de sus caprichos. Una extraña e inexplicable
conexión me hacía necesitarla, cómo si mi corazón latiera únicamente al sentirla.
Y... un día el sol brilló. Ella luchó por subsistir, sus guadañazos atentaron contra mis
diminutos esfuerzos. Ella, la causante de mi dolor, el motivo de mi reclusión; se negaba a
partir.
Sus viles intenciones se vieron frustradas.
Abrí tímidamente los ojos y, ante mi sorpresa, ella ya no estaba. La cadena que me
apresaba había desaparecido.
Una oleada de esperanza invadió mi espíritu y salí a vivir, algo que no practicaba desde su
primera ( y única) visita.
Ella finalmente cedió a mis plegarias. Ella, la soledad, me abandonó; seguramente para
atormentar otra alma en llamas.
mi ser, dando lugar a una infinidad de heridas destinadas a perpetuar una agonía que ella,
perversamente, disfrutaba.
Su compañía me hería, evitarla resultaba impensado. Algo en mi interior indicaba que
pronto la perdería, o me perdería yo en el vano intento.
Caminé a su encuentro, un destello de luz opaca aturdió mis sentidos y, acto seguido, caí
inconsciente.
Se acercó lentamente, palabras frías huían de sus labios traicioneros, mentiras camufladas
me distrajeron mientras sus garras se apoderaban, sin mesura, de mi voluntad.
Rendido a sus pies, fui un esclavo más de sus caprichos. Una extraña e inexplicable
conexión me hacía necesitarla, cómo si mi corazón latiera únicamente al sentirla.
Y... un día el sol brilló. Ella luchó por subsistir, sus guadañazos atentaron contra mis
diminutos esfuerzos. Ella, la causante de mi dolor, el motivo de mi reclusión; se negaba a
partir.
Sus viles intenciones se vieron frustradas.
Abrí tímidamente los ojos y, ante mi sorpresa, ella ya no estaba. La cadena que me
apresaba había desaparecido.
Una oleada de esperanza invadió mi espíritu y salí a vivir, algo que no practicaba desde su
primera ( y única) visita.
Ella finalmente cedió a mis plegarias. Ella, la soledad, me abandonó; seguramente para
atormentar otra alma en llamas.
Autor: Dario Besada
Fecha 13/11/2004
Hora: 21hs
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