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Mostrando entradas de mayo, 2018

Un Segundo Más

Había llegado la hora. En el estadio no cabía un alma más. La banda estaba en su mejor momento. Sin embargo yo estaba al borde de un ataque de nervios. No me preocupaba el rendimiento de mis compañeros, ya que habíamos ensayado hasta el hartazgo. Me preocupaba ella. Me aterraba pensar que afuera había treinta mil personas. y en un descuido nuestros ojos se pudiesen cruzar. Era improbable, pero posible. Tal vez me paralizase. Un horror. Todo el mundo me decía, cual sermón: No te metas con la mujer de un amigo,  y menos si es la mujer del cantante. Pero a veces las cosas sencillamente suceden. Son inevitables. Se pueden postergar y evadir cierto tiempo, pero cuando la vida se encapricha con complicarte las cosas... no hay mucho que hacer. Había empezado como un juego. Un cruce de miradas inocentes, pero pícaras. Una mirada que había demorado un segundo más. Eso había bastado. No hicieron falta palabras, gestos, ni nada. Ya estábamos metidos en eso que no debía suceder. Quiero cre

El Pacto

Se estaban matando. Yo los escuchaba desde mi habitación. Esos gemidos atronadores me habían despertado una vez más. No entendía porqué esa necesidad de que todo el complejo se enterase. Pero para ellos era importante y se esmeraban para que nadie pudiese pegar un ojo. A la mañana siguiente se reian por lo bajo de los bostezos ajenos. Yo los detestaba. Bah, a ella no. Ella era un sueño. No sé que le había visto a ese renacuajo. No había demasiadas habitaciones en ese hotel, eran unas veinte, de las cuales quince solían estar ocupadas. Mis huéspedes se habían quejado reiteradas veces de la pareja ruidosa. La segunda noche no contentos con convulsionar la mente de todos con esos gemidos cargados de lujuria, placer y desenfreno, habían inaugurado la pileta. A la vista del que quisiera ver. Esa noche no se quejó nadie, estaban demasiados estupefactos como para decir algo. El renacuajo se pavoneaba por el hotel, tal vez esperando algún tipo de halago, de reconocimiento. Ella, en cam

Escapando de la Rutina

Las hienas lo tenían rodeado. Carlos hacía un mes que las venía esquivando magistralmente. Había recurrido a miles de artimañas y sobre todo, a la suerte. Pero ésta se le había acabado. Viajó solo. Le propuso a su mujer, para salir de la rutina, irse de vacaciones a las estepas africanas, cual turismo aventura, rodeados de animales salvajes, predadores por excelencia. Ella no lo dudó ni un segundo y lo abandonó.  Le pidió el divorcio justo antes de que subiese al avión. No tenía ninguna intención de seguir casado con ese tipo, aún si volviera con vida de esa misión suicida. En África se encontró con otros que tenían el mismo anhelo: Intentar sobrevivir donde triunfa el más apto. El grupo contrató un guía para que los adentre en la selva. Ya el primer día, tuvieron una muestra de los que les esperaba. Una manada de leones, devoró al guía y a parte del grupo. Carlos se había preparado mucho para tal empresa. No era un improvisado. Hizo todos los cursos que consideró necesarios. Y

La última carrera

Sonó el silbato y corrí. Como nunca. Como soñaba que podía hacerlo. Las piernas se movían a una velocidad asombrosa. El cuerpo acompañaba. Parecía que volaba. Que una fuerza del más allá me atraía hacia la meta. 200 metros. Me había preparado todo el año, para esos 20 segundos. Pero no era el esfuerzo de un año. Era el de una vida. Mi vida no tenía sentido si perdía esa carrera. Podía ganar muchas otras, pero esa... esa la tenía que ganar. Por el entorno, por lo que significaba, por mí, por él. Era su última carrera. No volvería a correr. No volvería a ganarme. Era mi última chance de derrotarlo. Nunca estuve ni cerca de hacerlo, pero ese día... ese día tenía que ser diferente Yo estaba corriendo como nunca en mi vida, sin embargo, ese tipo que se estaba jubilando, estaba cómodamente delante mio. Mi mente no paraba de recordarme que si no le ganaba ahí mismo, nunca lo podría hacer. Era una tortura. Mi corazón estaba en otro lado. Le hablaba a mis piernas, las abrazaba, las exho

De Racha

Abrí la puerta de casa y seguía sin luz. Tres días. Tres días sin tele, internet, netflix, heladera....  heladera. La abrí en busca de cosas que se podían echar a perder, y la encontré vacía. Lo bueno de ser pobre y vivir solo. No hay problema con que me corten la luz una semana. Esa heladera estaba vacía y siempre lo estuvo. No hay mucho para hacer cuando no tenes luz: o lees... o lees... o dormís. Venía agotado, era un día en el que había hecho de todo. O eso sentía. No había distracciones posibles, me arrojé a la cama así como estaba. Vestido, no podía más. No sé si llegué a dormirme, cuando escuché un ruido en el patio. Lo que me faltaba. Tres días sin luz,  ni agua y encima me vienen a robar. Escuché un salto con un mal aterrizaje y una queja por lo bajo. Ya me imaginaba el chorro demandándome porque se esguinsó el tobillo, al saltar la medianera. Cuando estás de racha... Lo oía cojear, intentando llegar a la ventana. Yo me refugiaba en la cama. Con la colcha ha