Escapando de la Rutina

Las hienas lo tenían rodeado. Carlos hacía un mes que las venía esquivando magistralmente. Había recurrido a miles de artimañas y sobre todo, a la suerte. Pero ésta se le había acabado.

Viajó solo. Le propuso a su mujer, para salir de la rutina, irse de vacaciones a las estepas africanas, cual turismo aventura, rodeados de animales salvajes, predadores por excelencia. Ella no lo dudó ni un segundo y lo abandonó.  Le pidió el divorcio justo antes de que subiese al avión. No tenía ninguna intención de seguir casado con ese tipo, aún si volviera con vida de esa misión suicida.

En África se encontró con otros que tenían el mismo anhelo: Intentar sobrevivir donde triunfa el más apto. El grupo contrató un guía para que los adentre en la selva.

Ya el primer día, tuvieron una muestra de los que les esperaba. Una manada de leones, devoró al guía y a parte del grupo.

Carlos se había preparado mucho para tal empresa. No era un improvisado. Hizo todos los cursos que consideró necesarios. Y salió ileso de esos leones.

Llevaba un rifle, con balas. Pero era consciente de que no eran infinitas, y en algún momento iba a requerir algo más que un disparo para poder ver otro amanecer.

Al pasar los días y las semanas, el grupo sufrió bajas considerables. Al finalizar el mes, solo Carlos seguía con vida. Lo cual lo llenaba de orgullo. No se le pasaba por la cabeza de que un animal se lo pudiese devorar. Eso no funcionaba así. Tenía que ser al revés.

Sin embargo, esas ocho hienas que trabajaban tan bien en equipo, lo habían emboscado. En el rifle le quedaba sola una bala. Las cuentas no daban. Lo primero que intentó, como cualquier persona, fue correr. Rápido. Pero no les costó absolutamente nada seguirle el ritmo.

Parecía que las hienas sólo se estaban divirtiendo con él. Como cuando a un gato le acercas un grillo sin patas y le pegan con las dos patitas, de un lado a otro, cual pinball. Era cuestión de tiempo a que les dé hambre. Estaban esperando eso: Tener hambre.

Al pasar las horas, las hienas habían hecho un par de escaramuzas, sólo para diezmarlo. Le habían producido alguna que otra herida de escasa gravedad física, pero que habían minado su moral. Ya no se sentía invencible. Esos animales lo iban a matar, tarde o temprano.

En un nuevo ataque, logró clavarle un puñal en el cuello a una que chilló hasta desangrarse, mientras otra le producía un daño brutal en una pierna. Ahora estaban enojadas. El hambre ya no era un motivo para matar a ese humano cruel y escurridizo.

Carlos se sentía derrotado. Apenas podía correr. Sentía que la sangre brotaba sin control de su pierna, y las hienas ya no querían jugar.

Juntó las escasas fuerzas que le quedaban y corrió. Hacia la nada misma. No había algo adelante que lo pudiese salvar, pero corrió hasta donde el cuerpo lo dejó. De pronto, dio media vuelta y vio como esos animales carroñeros se le acercaban a toda velocidad. Sacó el rifle justo antes de que se lanzasen sobre lo que quedaba de su persona; y, por última vez, apuntó.

DARIO BESADA
16/05/2018
35 AÑOS

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