El Pacto

Se estaban matando. Yo los escuchaba desde mi habitación. Esos gemidos atronadores me habían despertado una vez más. No entendía porqué esa necesidad de que todo el complejo se enterase. Pero para ellos era importante y se esmeraban para que nadie pudiese pegar un ojo.

A la mañana siguiente se reian por lo bajo de los bostezos ajenos. Yo los detestaba. Bah, a ella no. Ella era un sueño. No sé que le había visto a ese renacuajo.

No había demasiadas habitaciones en ese hotel, eran unas veinte, de las cuales quince solían estar ocupadas.

Mis huéspedes se habían quejado reiteradas veces de la pareja ruidosa. La segunda noche no contentos con convulsionar la mente de todos con esos gemidos cargados de lujuria, placer y desenfreno, habían inaugurado la pileta. A la vista del que quisiera ver. Esa noche no se quejó nadie, estaban demasiados estupefactos como para decir algo.

El renacuajo se pavoneaba por el hotel, tal vez esperando algún tipo de halago, de reconocimiento. Ella, en cambio, era una seductora innata. Cuando te decía algo, te miraba de tal manera que te sentías desnudo. Sus ojos, su sonrisa, su figura... era una combo explosivo. Era prácticamente imposible verla y no recordar los gritos de éxtasis de las noches anteriores.

Luego de varias semanas y un centenar de quejas, acudí a interrumpir el ritual de apareamiento diario. Ella me abrió la puerta completamente desnuda y yo me quedé mudo. Mi boca se movía, pero las palabras no salían hasta que él, desde la comodidad de la cama, me sacó de ese lapsus y me preguntó si me interesaba participar. Yo seguía sin poder emitir palabras, pero ya me había desnudado.

Ella sonrió y me dijo:

Ella:- Hay dos reglas... y sólo vas a participar si prometes cumplir las dos reglas.

Yo:- Podría prometerlas sin saberlas si fuese necesario - acoté seguro

Ella sonrió y me apartó

Ella:- No te lo tomes a la ligera. Podrías arrepentirte.

Yo:- Veamos. ¿Cuáles son?

Ella: Vamos a tener sexo hasta que no te quede ni una pizca de energia en todo el cuerpo. Sin excusas, ni peros.

Yo:- Puedo con eso ¿qué más?

Ella:- Lo vamos a hacer todos los días, todas las noches, hasta que alguien toque a la puerta y te quiera reemplazar

Al terminar la frase, él se levantó, se vistió, y se despidió.

Ella cumplió con su palabra. Las sesiones de sexo eran salvajes y eternas. Su apetito sexual no tenía límites, parecía que nunca fuese suficiente.

Ya va un mes de ese pacto y aunque nunca me sentí tan pleno, empiezo a desear el momento en que un nuevo renacuajo toque nuestra puerta y me libere de este sueño. FIN


DARIO BESADA
24/05/2018
35 AÑOS

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