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El peso de la herencia

Se lo veía taciturno, abstraído. Preocupado. Muy preocupado. Motivos no le faltaban. A sus escasos 22 años lo habian puesto al mando de un ejército. Y  no era cualquiera ejército. Era Roma. Era todo. El problema radicaba en que no estaba capacitado para tal empresa. Era muy joven. O tal vez no había heredado lo suficiente. Ah si. Lo habían puesto de cónsul, con sólo 22 primaveras, únicamente por la memoria de su padre. Nadie era cónsul antes de los 40. Pero habían obviado años y años de historia. Porque él era el hijo de su padre. Su padre sabría como afrontar aquella batalla. El gran Cayo Mario diseñaría algún plan magistral, algunas argucias y se acabó. Su padre no fallaba. Cuando Roma lo necesitó, él siempre estuvo. Fue su salvador miles de veces (no fueron miles, pero para el pueblo romano era un crack). Todo Roma pensó que el hijo sería igual. Incluso él lo pensó. No podía ser tan dificil manejar un ejército. Pero nunca había estado de este lado. Nunca tuvo que enfrentar a var