Un Segundo Más

Había llegado la hora. En el estadio no cabía un alma más. La banda estaba en su mejor momento. Sin embargo yo estaba al borde de un ataque de nervios. No me preocupaba el rendimiento de mis compañeros, ya que habíamos ensayado hasta el hartazgo. Me preocupaba ella. Me aterraba pensar que afuera había treinta mil personas. y en un descuido nuestros ojos se pudiesen cruzar. Era improbable, pero posible. Tal vez me paralizase. Un horror.

Todo el mundo me decía, cual sermón: No te metas con la mujer de un amigo,  y menos si es la mujer del cantante.

Pero a veces las cosas sencillamente suceden. Son inevitables. Se pueden postergar y evadir cierto tiempo, pero cuando la vida se encapricha con complicarte las cosas... no hay mucho que hacer.

Había empezado como un juego. Un cruce de miradas inocentes, pero pícaras. Una mirada que había demorado un segundo más. Eso había bastado. No hicieron falta palabras, gestos, ni nada. Ya estábamos metidos en eso que no debía suceder.

Quiero creer que nos resistimos todo lo posible, que como adultos responsables sabíamos que era un error groso involucrarnos y luchamos contra la tentación. Tal vez no. Tal vez la espera era parte del juego de seducción en el que, involuntariamente, nos vimos sumergidos.

La fantasía duró más que la realidad. Nos resistimos más de lo que duramos. Mi amigo no lo sabía, y esperaba que eso no cambiara esa noche. Cuando nos venía a ver al ensayo, trataba de no mirarla por miedo a que esa mirada durase otro segundo más y se vuelva a complicar todo.

Treinta mil personas. Sesenta mil ojos. El show comenzó y en el primer paneo, no la vi. La gente estaba enloquecida. Yo respiraba aliviado. Se sentía una energía sin igual sobre el escenario. En eso, él, en plena euforia, se dio vuelta y me miró. No solía hacer esto en los shows, no solía dedicarle tiempo a sus compañeros. Se centraba en los fans, hacerlos sentir especiales. Tenía ese don, entre muchos otros.

Pasaban los segundos y me seguía observando. No sé si era un duelo de miradas, o qué demonios. Quería mirar para otro lado, pero necesitaba saber si era su forma de decirme que lo sabía. Hizo un gesto de asentimiento casi imperceptible, se dio media vuelta y le dedicó el resto del show a los fans, que habían pagado una pequeña fortuna por el recital.

Al terminar el espectáculo, se desvaneció. Corrimos en su auxilio. Todos. La banda, los fans, ella, los médicos, todo el bendito estadio salió a socorrerlo. No hubo manera, él ya se había ido.

Mientras el caos era absoluto, y la gente corría y gritaba por todo el lugar, recordé ese leve gesto de asentimiento. Empecé a pensar que él sabía que era su último concierto. Qué se quería despedir a lo grande. Qué ese gesto significaba mucho más de lo que parecía, y entonces la miré. Y me miró. Y nuestros ojos se encontraron un segundo eterno más de lo debido.

DARIO BESADA
35 AÑOS
29/05/2018




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