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Mostrando entradas de octubre, 2018

La inquisición

Tengo media hora para ordenar este caos. En cuanto llegue me va a criticar todo, como siempre. La fiesta de anoche no fue una buena idea, si me hubiese levantado antes podría haber llamado a alguien para que venga a limpiar este desastre. Ahora ya es tarde. La ventana tiene manchas que no tengo idea como limpiar, ya me encargué del piso, pared, cama, baño, living, cocina. Es increíble todo lo que se puede ensuciar en una noche de alcohol. Se va a dar cuenta que algo pasó acá, no se lo voy a poder ocultar. Y me lo va a echar en cara. Siempre me critica cosas: mis amigos y amigas, mi trabajo, si cocino, lo que debería haber en la heladera, la limpieza del departamento, mis años de facultad y a mi novia, desde ya. Nada le parece suficiente, haberme ido del lecho materno le dolió y se venga así: Pegándome con palabras, con la vaga esperanza que sucumba ante la presión y vuelva a mi casa con mamá. Esta vez voy a dejar el departamento hecho una pinturita. Va a decir barbaridades de mi n

El hotel Oxford

El hotel estaba maldito. Eso decían todos, yo tenía mis reservas. Me parecía una campaña de marketing muy pensada. Me imaginaba a todo el pueblo reunido en el ayuntamiento debatiendo la inminente quiebra, buscando maneras para incrementar el turismo. No tenían nada destacable como para que alguien de la otra punta del mundo fuese a gastar su dinero y tiempo en un lugar tan gris. Debo admitir que si era una farsa, la tenían bien aceitada. La cara de pavor del tipo que me pasó a buscar por la estación de tren hubiese convencido a cualquiera. Sólo al mencionarle que tenía pensado pasar un tiempo en el hotel Oxford le erizó la piel. Aún no descubrí como lograron eso, una técnica admirable. Casi tartamudeando me aconsejó que parase en otro lado. Me contó muy por arriba la historia de los espíritus que aún lo habitan, de los asesinatos, de los ruidos en la noche y de las desapariciones. Debería aclararles que soy periodista y mi jefe me mandó a cubrir esta historia. Ya había decidido

Del amor al odio

Miré el celular y nada. Cero mensajes, igual que hacía cinco minutos. Me juré que no le volvería a hablar, me lo puse como meta personal. Algunos se proponen ir caminando a Luján, otros anotarse en el gimnasio para llegar esbeltos al verano... Mi meta era llegar al verano pero sin rastros de ella. El problema era que cada tanto me mandaba algún mensaje y aunque hacía un esfuerzo sobrehumano para no contestarlo, lo leía unas quince o veinte veces y tal vez me quedaba esperando el próximo. El otro día estaba en un bar con unos amigos, tomando una cerveza, que es una grata compañía en este momento de duelo y me pareció verla en ese bar, yéndose. El corazón se me detuvo unos segundos y luego comenzó a latir a toda maquina. No era y ahora sabía como reaccionaría mi cuerpo ante un posible encuentro fortuito. Creo que no resistiría verla con mi reemplazo. En este tiempo salí con otras mujeres que no tuvieron oportunidad. Hasta me dio culpa porque era consciente que las estaba usando para no

Secretos incómodos

El celular enloqueció. Le entró un virus o algo mucho peor. Cuando te bajas algo puede estar infectado. Algún troyano te roba información, te jode las aplicaciones o te arruina el celular. Esto está en otro nivel, es como si el virus hubiese evolucionado. Se apoderó completamente del aparato y... ¡Qué horror! Empezó a mandar mensajes a todos mis contactos. Mensajes con verdades incómodas, secretos inconfesables. Cosas que ni aún bajo tortura revelaría. Y los está enviando a mansalva. A mi jefe le dijo que es un inútil, explotador, que si no fuese el hijo del dueño estaría limpiando baños en Retiro (con perdón a la gente que hace dignamente ese insalubre trabajo). A un amigo que la mujer lo engaña con el primo, que hace años que lo sé. Que los vi entrar mil veces al telo de la esquina de casa. Que no dije nada por los hijos.  A mi vieja que fui yo el que rompió el Super Nintendo hace como veinte años. No fue mi hermano, por lo que lo castigaron severamente durante meses. Era mu

El hilo rojo

La vi ahí, sentada. Con la cabeza entre las piernas. Peleando contra sus demonios y prejuicios. Peleando por los dos. Peleando por nosotros. Sola. Sangraba en forma de lágrimas. Yo estaba enfrente. A un mundo de distancia. La miraba impotente sin saber como ayudarla. Ella negaba con la cabeza y se limpiaba las lágrimas. No era una batalla sencilla. Meses y meses de dudas, de miedo, de sufrir en silencio. Pero ahí estaba de nuevo. Luchando. Después de haber tirado la toalla, se debatía en intentarlo de nuevo. Yo la exhortaba con palabras y frases inútiles. Era mi guerra también pero no era mi turno. Ya había peleado y había vencido. Ella no lo tenía tan fácil. La abrazaba cuando la veía flaquear, como si mis brazos pudiesen reponerla de energía. Como si mi cuerpo le pudiese transmitir argumentos que mis palabras no encontraban. En eso se paró y me dijo que se iba, que no podía seguir así. Yo me negué a dejarla ir. Quizás fuese nuestra última oportunidad. Si se iba tal vez era para sie