El hotel Oxford

El hotel estaba maldito. Eso decían todos, yo tenía mis reservas. Me parecía una campaña de marketing muy pensada. Me imaginaba a todo el pueblo reunido en el ayuntamiento debatiendo la inminente quiebra, buscando maneras para incrementar el turismo. No tenían nada destacable como para que alguien de la otra punta del mundo fuese a gastar su dinero y tiempo en un lugar tan gris. Debo admitir que si era una farsa, la tenían bien aceitada. La cara de pavor del tipo que me pasó a buscar por la estación de tren hubiese convencido a cualquiera. Sólo al mencionarle que tenía pensado pasar un tiempo en el hotel Oxford le erizó la piel. Aún no descubrí como lograron eso, una técnica admirable.
Casi tartamudeando me aconsejó que parase en otro lado. Me contó muy por arriba la historia de los espíritus que aún lo habitan, de los asesinatos, de los ruidos en la noche y de las desapariciones.

Debería aclararles que soy periodista y mi jefe me mandó a cubrir esta historia. Ya había decidido el título antes de viajar siquiera: La historia de una adorable farsa.
Ya todo está inventado. No debería tardar más que un par de días en desbaratar a estos pueblerinos. Incluso si me caen bien y me dan algún tipo de incentivo hasta podría escribir una nota que los ponga realmente en el mapa. Podría ser su cómplice pero no porque sí. Supongo que me abordarían luego de sacar todo a la luz o justo antes. Había pocos turistas y sólo estaban porque el hotel estaba maldito. Sin eso, este lugar desaparecería. 
El hotel era tétrico. Luces titilando, ruidos por todos lados, olores nauseabundos, personal desatento y poco carismático. Todo eso hacía un combo perfecto para un par de ojos sin entrenamiento. Yo casi que podía ver los hilos detrás de las marionetas.
La noche la pasé con sobresaltos, como era de esperarse. No eran amateur, vivían de esto. Toda la noche sentí que me observaban de algún lado, las ventanas se abrían sin ninguna brisa que las empujase, la puerta crujía aún estando cerrada. Escuchaba un jadeo constante, como un lamento prolongado. Me preguntaba si a todos los turistas le prestaban la misma atención, o sólo a mí por ser periodista.
El desayuno fue discreto, hubiese esperado menos. Los otros huéspedes lucían exhaustos. No pude identificar si eran lo que aparentaban ser o si eran simples extras contratados para la ocasión. Al intentar interrogarlos me encontré con una negativa y una amenaza impensada. Me exhortaron a que dejase de hacer preguntas y me fuese del pueblo cuanto antes. Una pantomima de manual. Seguramente tendrían un freak preparado ante una emergencia, para causar mayor impresión. Con disfraz y esas cosas. Juego de luces, sonido, todo el show. El punto débil de esa ficción era que el bicho ese tenía que ser necesariamente inofensivo. No creía que se atreviesen a pasar esa linea solo por publicidad.
Esa noche finalmente apareció el freak. Abrió mi puerta de un golpe brusco, me miró y se fue. Yo esperaba otra cosa, algo del tipo un animal feroz e indescriptible, no un flaco que a la noche hacía ruidos y boludeces. Me decepcionó, pensé que estaban en otro nivel. Aullidos, gritos, corridas. No oí balazos, así que el tipo debía tener un hacha o un martillo, muy poco original. En determinado momento de la noche escuché unos ruidos en mi puerta. Cuando la abrí no había nadie. Solo rastros de sangre por los pasillos. Estuve tentado a comprobar que no fuese Ketchup pero el conserje me metió en mi habitación a fuerza de gritos y gestos. A la mañana siguiente cuando fui a desayunar  me encontré a la policía interrogando a todo el mundo. Había desaparecido un huésped. O eso decían los uniformados. Mi instinto me decía que eso también era parte del espectáculo. Esos no eran policías. Nadie había muerto la noche anterior. No había medios de comunicación agolpados en la puerta. Ni paparazzis buscando alguna foto del fiambre. Así que no les dije que lo había visto. El rumor que se escuchaba por los pasillos del hotel era que el tipo, o la cosa, o el espíritu o el animal o lo que sea sólo mataba una vez por noche. Y el cuerpo nunca aparecía. Así que podría no ser nada.
Durante el día el pueblo era normal. Incluso se podría decir que los que se hospedaban en el hotel estaban felices de haber sobrevivido. Todo el pueblo parecía blindado, nadie se quebraba ante mis interrogatorios. Negaban absolutamente todo como si estuviesen actuando el papel de sus vidas. Esa noche volví a escuchar ruidos en mi puerta. En cuanto la abrí sentí un golpe seco que me derribó. No sé bien de dónde provino, estaba muy confundido. Me desperté a la mañana siguiente en una cama, con un dolor de cabeza que me recordaba mis peores noches de borrachera. Ese sinvergüenza me golpeó, me arrastró a la cama, me tapó, me ató y se fue. ¿Por qué no me mató?

No podía distinguir si era el mismo cuarto, la oscuridad no era absoluta. Había una penumbra que apenas me dejaba distinguir donde estaba cada cosa. La cama parecía la misma, pero todas son básicamente iguales. Estimo que estuve varios días y noches atado, pero no amordazado. Pude escribir la historia y en cuanto este tipo me libere, voy a publicarla y este pueblo va a desaparecer porque el hotel Oxford no está maldito, es solo marketing.

DARIO BESADA
36 AÑOS
24/10/2018

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