Un martes cualquiera

Le pegó una cachetada y volvió a su puesto de trabajo. El resto de empleados de esa oficina lo miraban atónitos. Inmediatamente comenzaron a cuchichear. Manuel no entendía nada. Había sido golpeado porque sí. Literalmente. Y el tipo se fue a sentar a su escritorio como lo más tranquilo. Dudaba si ir a pedirle explicaciones o quedarse en el molde, no vaya a ser cosa de recibir una paliza. Absolutamente todos los empleados habían visto la secuencia. Si se quedaba sin hacer nada lo tildarían de cagón. Entonces se levantó simulando seguridad en sus movimientos. Por dentro sufría como un condenado. No podía dejarse pegar. Si no reaccionaba como dios manda, tal vez toda la oficina iba a empezar a golpearlo diariamente. Irse a quejar al jefe estaba fuera de las posibilidades. El último que fue a quejarse de un maltrato por un compañero fue marginado y, posteriormente, despedido.

Se acercó al escritorio de Pablo y le pegó un cachetazo. Firme, pero no muy violento. No sabía si era un duelo de cachetazos o qué carajos. Pablo no dejó de mirar la pantalla de su computadora, como si estuviese abstraído. El cuchicheo de los improvisados espectadores se transformó en un bullicio. No tardaría nada en arribar el jefe para sofocar el principio de motín.

Manuel comenzó a retroceder lentamente, sin sacarle la mirada a Pablo. Esperaba que éste, de un momento a otro, le saltase encima y comience una batalla campal. No estaba seguro de qué lado estarían el resto de los empleados. Cuando llegó a su escritorio, se sentó y fingió trabajar durante un rato aunque no se podía concentrar. Tenía miedo de que en cuanto se distrajera... pum, escena perdida, escena perdida, hospital, y andá a saber. No. No podía descuidar a ese freak que andaba repartiendo cachetadas porque sí.

Pablo, miraba la pantalla, haciendo caso omiso del sopapo que había recibido. Maldecía su suerte. Había perdido la misión. Había elegido al tipo más sumiso de toda la oficina y sin embargo tuvo los huevos para ir a devolverle el cachetazo, sin decirle ni mu. Si le reprochaba o algo, hubiese ganado. El golpe mudo no estaba en sus planes. Ahora tenía que esperar nuevas instrucciones. El premio era un viaje al Caribe, pero únicamente si no se lo revelaba a nadie.

En la pantalla apareció la nueva orden: Tenía que pararse y correr alrededor del escritorio de Manuel. Cinco vueltas, sin decir absolutamente nada. Toda la oficina simulaba haber vuelto al trabajo pero miraban a los dos constantemente. Eso no podía quedar así. ¿Qué había pasado entre esos dos como para que se peguen sin siquiera insultarse ni nada?

Cinco vueltas alrededor de un escritorio en silencio, sin golpear a nadie. Era demasiado sencillo, pero no contaba con la psicosis colectiva. En cuanto se puso de pie y empezó a correr, todo el mundo dejó lo que estaba fingiendo hacer y cual tribuna comenzaron a gritar cosas. Cuando Manuel lo vio venir tomó una decisión rápida. Evidentemente venía por más. En cuanto lo tuvo a distancia, se le tiró encima, lo puso de espaldas al piso y se le sentó arriba. Agarrándole las manos  para evitar el centenar de golpes que seguramente tenía listo para lanzar.

Toda la oficina estaba extasiada por el espectáculo. No era un martes como cualquier otro. Había dos tipos peleándose en silencio. Dos tipos que nadie sabía que se llevasen mal. Surgieron miles de hipótesis, del por qué de la pelea. Una más disparatada que otra. Pero no tan disparatada como la verdad.

El jefe apareció y todos volvieron a sus puestos. Menos los dos involucrados en la trifulca. Los llevó a su oficina e intentó hacerlos hablar, y que explicasen por qué se estaban peleando. Uno se negaba a decir nada y el otro no podía explicarlo, así que la reunión fue una pérdida de tiempo.

Al día siguiente el rumor de la pelea en silencio había recorrido todo el edificio y gente de otros pisos pasaban casualmente por esa oficina esperando ver algo de acción. Pablo había guardado silencio con el jefe. Era imposible explicar que alguien le había prometido un viaje al Caribe si cumplía con algunas misiones. Sonaba absurdo, pero sabía de casos en otras oficinas donde el tipo había cumplido. Se ve que era un millonario excéntrico aburrido, que se divertía provocando el caos general. Debía tener alguna cámara en esa oficina, o algún infiltrado que le comentase los hechos. Aún no podía creer que ese tipo reaccionase así. Primero con un sopapo y luego con una toma de lucha libre. Tan tranquilito que parecía. Lo había juzgado muy mal. Encima ahora toda la oficina lo miraba de reojo, por si se paraba y empezaba a repartir sopapos.

En la pantalla apareció la nueva orden, entonces se paró y se acercó al escritorio de Manuel, que ya había dejado todo de lado y lo esperaba listo para otra pelea. Antes de que se le tirase encima de nuevo, Pablo le dijo: -Vos, yo, Caribe... ¿Cómo lo ves?

Manuel lo miraba boquiabierto. Decididamente no se esperaba eso. Miró para todos lados, y la gente le corría la mirada, mientras se reían por lo bajo. Esto había sido peor que la bofetada. ¿Qué se suponía que tenía que hacer o decir? ¿"No, gracias"?

Dio media vuelta y volvió a su escritorio. Qué bochorno. Lo que faltaba. Ahora toda la puta oficina iba a pensar que estaban involucrados sentimentalmente y que ese era el verdadero motivo de la pelea. Se iba a tener que olvidar de la idea de llevar al Caribe a alguna de las compañeras del trabajo.

Tomó asiento y esperó. Mirando casi sin pestañear la pantalla. Esperando haber cumplido con la última misión. Tan ido estaba que no vio cuando Manuel se le acercó completamente enfurecido y le revoleó la notebook contra la pared. Trató de calmarlo pero fue en vano. Estaba fuera de sí y parecía que estaba decidido a golpearlo. Hacía dos días era un pusilánime incapaz de levantarle la voz a nadie y ahora parecía Rocky 2 (En la uno cobraba más de lo que pegaba). Los cincuenta empleados de la oficina lograron contenerlo antes de que lo mate. Era divertido pero el jefe podía tomar represalias con todos si uno terminaba en el hospital. Mejor calmar las aguas y asegurarse que se sienten bien lejos el uno del otro.

Pablo, con algún que otro moretón en la cara, agarró la notebook e intentó prenderla para reclamar su premio. Intentó, pero no pudo. La computadora estaba deshecha, no le había quedado nada sano. Cayó sumido en la desesperación cuando comprendió que ese montón de chatarra, que solía usar todo el tiempo, era el único medio que tenia para contactar al tipo de los pasajes al Caribe.

Cuando regresó a su puesto de trabajo, sobre el escritorio había dos pasajes y una nota que decía: "Si queres podes invitarlo a Manuel".

DARIO BESADA
08/08/2018
35 AÑOS

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