Sueños de libertad

Había llegado el día. Cerraron su celda de golpe, apenas había logrado entrar. Hacía diez años que estaba preso por un crimen que sí había cometido. Era culpable pero había hecho justicia. Al menos eso se repetía todas las noches antes de dormir, como para calmar a su conciencia.

El juicio había sido un desastre. Se había salvado por un pelito de la pena capital, y sólo porque se había declarado culpable. Su abogado era el más incompetente que el Estado le pudo encontrar. No querían nada librado al azar. Un latino asesinando brutalmente a un destacado cura norteamericano, en Texas. La prensa lo había condenado y hasta la Iglesia lo quería muerto. Silla eléctrica o perpetua. La sacó barata.

Hacía cerca de dos años el plan de fuga se le había presentado casi sin pedirlo. El estado de la cárcel era deplorable y las condiciones, inhumanas. A veces eso no es tan malo para un preso que está condenado a cadena perpetua y el intento de fuga sólo provocaría un traslado a una prisión de mayor seguridad. No le podían aumentar la pena. Sólo tenía que tener cuidado de que en su intento de huida no matase a ningún guardia, ni a un honorable ciudadano yanqui.

El plan se le presentó solo. Un día cualquiera, una de las paredes de su celda, se empezó a descuajeringar. Se le caían pedazos pequeños. Podía ser por el nulo mantenimiento, la humedad, los años... La realidad es que poco le importaba a Ismael.

Había visto todas las películas de escapes de prisión. Sabía que la única manera era con un túnel, saliendo de su celda. Estuvo dos años dándole forma. Cuando podía, se llevaba cosas del taller o del comedor. El agujero de la celda lo tapaba con un collage de fotos de su esposa y de su hijo. Era un riesgo, porque si la revisaban, lo encontrarían en un abrir y cerrar de ojos, pero ya no tenía nada que perder. Sólo tenía que tener una conducta ejemplar para que lo descuiden.

Había llegado el día. O la noche, en realidad. La prisión quedó sumida en una oscuridad y un silencio absoluto. No podía postergarlo más porque le habían llegado rumores de que le iban a poner un  compañero nuevo.

Miró la cama y se dio cuenta que no había un maniquí como solían hacer en las pelis, pero ya no tenía tiempo de arreglarlo. Entró en el túnel que había recorrido un par de veces, y en cual había encontrado una salida al borde del muro. Sólo tendría que treparlo sin que lo viesen, y lanzarse a libertad y a la fuga. No era un gran plan, pero era lo mejor que tenía.

Empezó a correr, tratando de no caerse y arruinar su precario plan de fuga tan tontamente. Al encontrarse con el muro, lo empezó a trepar. Los guardias estaban mirando para otro sector. Casi había llegado a la cima, cuando el reflector empezó a hostigarlo. Tenía que tomar una decisión instantánea. Trepar lo que le faltaba, tirarse y correr. Todo eso antes de que una metralleta acabase con su vida o... soltarse, acostarse en el suelo y rezar para que el reflector no lo encontrase.

Eligió la primera opción. Trepó a toda velocidad, el reflector aún no lo detectaba, pero estaba ahí nomás de enfocarlo. Llegó a la cima, agitadísimo, con el corazón a mil por hora. Estaba a un salto de la libertad. Se iba a arrojar cuando el reflector lo halló. Con él, las alarmas, los ruidos, las luces. Los guardias, las metralletas. Era consciente que por su condición de latino, los guardias yanquis no dudarían en vaciarle el cargador.

El muro era alto. Se tenía que tirar y empezar a correr. La prisión estaba ubicada en una zona rural. Podía encontrar algún bosque o algún lago, como para perderles las pistas. Se lanzó al vacío y se lastimó. Maldito tobillo. Justo ahora le venía a fallar. Años haciendo todo tipo de deportes y se rompe cayendo de un muro escapando de la cárcel.

Ese contratiempo no mermó su ímpetu y empezó a correr rengueando. La velocidad de huida era francamente lamentable. La policía no tardó absolutamente nada en rodearlo. Él no opuso resistencia y se entregó. Se le esfumaron las posibilidades de ver y abrazar a su esposa y a su hijo... su hijo. Por lo menos esa noche y las demás, dormiría tranquilo sabiendo que ese cura no volvería a tocarlo.

DARIO BESADA
15/08/2018
35 AÑOS

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