Deseos

La puerta se abrió y no era ella. Miraba el reloj con desesperación. La fiesta se estaba acabando y no aparecía. Fabián la había organizado únicamente por ella. Ya estaba harto de los cumpleaños, cenas monótonas e irse a dormir temprano. Hubiese preferido hacer otra cosa. No sabía bien qué pero estaba convencido de que había algo más divertido para hacer en su trigésimo cumpleaños. Sin embargo organizó esa pantomima para verla. No podía faltar. Le había dicho que tal vez pasase un rato. Tal vez. Esa duda lo carcomía por dentro. Si la fiesta terminaba y no aparecía, esa sería la señal inequívoca de que todo había acabado. Él jamás se perdería su cumpleaños. Jamás de los jamases. Por lo visto a ella le importaba todo bastante menos. Habían ido casi todos sus amigos. Las anécdotas que se contaron mil veces hacían su aparición una vez más para informar a alguna de las nuevas novias de los eventos transcurridos una década atrás. Las risas sonaban por doquier. Las historias de la adolescencia no se gastaban pero a Fabián sólo le importaba que apareciese ella. La mujer de sus sueños. Capaz era algo fuerte como para decirlo en voz alta, pero para sus adentros lo pensaba con total impunidad. Tal vez esa otra cosa que tenía que hacer era verse con un nuevo novio, pensaba mientras miraba el reloj una vez más. Si aparecía con otro, él se derrumbaría. Incluso no creía poder mantener las formas. Quizás diese por terminado el agasajo ahí mismo o sencillamente se iría a dormir hasta que su mundo se acomodase.

Llegó la hora de la torta y los deseos. No necesitaba tres. Con uno bastaba. Así que lo deseó tres veces por si alguno de los otros dos fallaba. Sopló las velas con fuerza y cerró los ojos, esperando que al abrirlos estuviese ella para ser la primera en abrazarlo y besarlo y felicitarlo y esas cosas. Pero los deseos no funcionan así, entonces saludó cordialmente a sus amigos y se volcó al alcohol. Tal vez con una buena dosis de cerveza y fernet pudiese disfrutar de ese agasajo sin pensar. Ya tendría días y días para lamentarse. Estaba tan consumido que se olvidó de su nula resistencia al alcohol. Con dos vasos de cerveza o a lo sumo tres, ya era otra persona. Mucho más histriónica. No siempre el alcohol le pegaba de la misma manera, influía mucho su estado de ánimo. Y éste no era precisamente el mejor aquella noche. Luego de la cuarta cerveza ya estaba fuera de sí. Le gritaba e insultaba a todos. Estaba deseando que se fuesen y lo dejasen solo, con su tristeza y el corazón roto. Quería llorar pero no generar lástima. Tenía que contenerse hasta que se fuesen todos. Pero los invitados seguían hablando de aquellas vacaciones en la costa cuando todos eran jóvenes, libres y felices. En un momento se hartó y los empezó a echar a los gritos e incluso agarró una escoba y los empujó, mientras simulaba que limpiaba.

En el tumulto de la despedida le pareció verla. Se quedó de piedra mirando la puerta abierta y a sus amigos amontonados en el palier, que no entendían por qué de pronto habían cesado los gritos e insultos. Las veinte personas hacinadas en ese pequeño espacio común se empezaron a retirar. Él no estaba seguro. Le había parecido. Tal vez el alcohol le estaba jugando una mala pasada. Una más. Tendría que meterse en ese malón de gente y buscarla. O cerrar la puerta y esperar que ella lo busque a él, como había deseado al soplar las velas. Lo había deseado tres veces. Dos pueden fallar, pero tres...

DARIO BESADA
35 AÑOS
22/08/2018

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