La parejita (no tan) feliz
-Tenemos tres opciones - le dijo
mientras la recorría con la mirada
Opción
uno: Me besas. Opción dos: Te beso. Opción tres: Nos besamos.
Se
las dijo de corrido, como para no darle tiempo a que lo interrumpiese con
alguna protesta. Así empezaron. Pero como toda historia de amor, nada es color
de rosas todo el tiempo. Ahí es cuando aparece esta empresa. Cuya finalidad
singular, no responde a criterios éticos ni morales. Sólo hacen el trabajo por
el que alguien les paga. Ellos no deciden si está bien o mal, sólo lo hacen.
Es absolutamente anónimo. Las partes nunca se reúnen.
Este era un caso particularmente llamativo, porque fueron contratados por no
una, sino por al menos dos personas. El objetivo: Separar a la hermosa pareja.
Hacía
varias décadas que funcionaban. Tenían cierta reputación en la ciudad, pero
actuaban en las penumbras. Nadie podía saber que un operativo se estaba
llevando a cabo. La discreción era absoluta.
Separar
a dos enamorados era un juego de niños para ellos. Habían hecho cosas
terribles, esto era algo curiosamente sencillo por la cantidad de dinero que
les ofrecieron. Plata fácil y rápida. Aunque preferían un verdadero reto,
tampoco despreciaban la oportunidad de algo tan básico.
Era
todo bastante raro. Hacía casi nada que la parejita había empezado a salir, no
tenían idea porque había más de una persona que los quería separar, pero
bueno... El pago estaba hecho.
Comenzaron
con pequeñas simulaciones, como cerrarles un restaurante de imprevisto, en el
cual iban a cenar. O robarle la llave del auto a él, como para que se tuvieran
que volver en taxi un viernes frío de invierno. Sólo para que tuviesen que ir
juntos a la casa de la madre de él, a buscar la llave de repuesto. A la
madrugada. Hermosa velada.
Sin
embargo, ellos se mantenían unidos, no había una grieta que profundizar. Era
necesario crearla. Luego de un pequeño estudio, concluyeron que la mejor manera
era plantar una bomba. Bueno, no era literalmente una bomba. Pero lo era para
su relación. Encender la alarma de la infidelidad. No necesitaban gran cosa,
solo plantar la duda. En él, en ella, o en los dos.
Durante
dos semanas hicieron hasta lo imposible para que desconfíen el uno del otro.
Llamadas a la madrugada con numero privado, averías en el auto que desembocaban
en tardanzas sospechosas, poca señal en el celular en determinados momentos del
día. Todo esto acompañado con una gran campaña de aturdimiento visual. Cada vez
que prendían la tele, se encontraban con un informe sobre la infidelidad,
haciendo hincapié en los puntos más débiles de su pareja. Parecía hecho a
medida.
En
un momento bien crítico, el encargado del proyecto, Osvaldo, se reunió con ella
aduciendo ser un compañero de trabajo de su pareja. Le dijo que lo sentía mucho,
pero que se iba a sentir miserable si no le decía lo que sabía. Inventó alguna
excusa relativamente creíble cuando ella le preguntó cómo había conseguido su teléfono
y le mostró todas las pruebas que había recolectado en las últimas semanas.
Pruebas ficticias, desde ya. Pero poco importaba. Ella dudaba.
No
tardaron mucho en separarse. Ella creía que él estaba con otra. Él era
inocente, pero la desconfianza lo decepcionó.
Osvaldo
se reunió con su equipo y uno de ellos, Santiago, le preguntó sobre lo
sucedido:
-¿Por
qué hablaste con ella? ¿Por qué no con él?
-Me
reuní con él también, pero no me creyó.
Ellos
no sabían que habían sido contratados por la parejita feliz. Los pagos eran
anónimos. Y la parejita tampoco sabía que el otro había contratado los
servicios de esa empresa. En esta era de relaciones efímeras y superficiales, ambos
casualmente habían pensado, al mismo tiempo, que no querían perder el tiempo, y
si el otro se iba a borrar ante algún inconveniente, preferible saberlo antes
que después.
Ella
no sabía que Osvaldo había inventado todo y no pudo tolerar la idea de que él
la engañase con otra. Pero tampoco podía ignorar lo que sentía por ese
muchacho. Al pasar los días, pensó en la posibilidad de que las pruebas fuesen
inventadas por la misma empresa que ella había contratado. Había caído en su
propia trampa. Y estaba decidida a confesarle todo a él.
La
parejita se encontró en un bar, a pedido de ella. Le contó lo de la empresa. Él
la miró fijo y calló. Le pidió perdón por arruinar todo. Él siguió callando.
Durante cerca de una hora, ella desplegó un monólogo que parecía estudiado
hasta el última coma. Estaba dándolo todo para no perderlo. Sin embargo, él
seguía inmutable, mientras miraba el reloj como impaciente, como si tuviese que
irse a otro lado. A otra cita, tal vez más importante. De seguro que esa cita
era para empezar una nueva vida con otra. Una menos desconfiada, pensaba ella.
Y
calló. Rendida, sin más energía, ni ideas, ni nada. Él le dijo de pedir la
cuenta, en un tono frío y distante. Luego de que el mozo se retirara con la
cuenta pagada, él sólo dijo: Tenemos tres opciones...
DARIO BESADA
35 AÑOS
01/08/2018
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