El casting

Corrió las cortinas y los vio. Ahí, en pleno acto. Con todo el descaro del mundo estaban teniendo sexo contra la ventana. A la vista del que quisiera ver. Javier se ocultó instintivamente por miedo a que lo viesen chusmeando, pero la curiosidad se había apoderado de su persona. Era justo en el edificio de enfrente. Se había cruzado con esa voluptuosa mujer miles de veces e incluso había fantaseado con ella en varias oportunidades. Y la tenía ahí, al alcance de sus ojos, solo tenía que correr un poco la cortina y acomodarse para que no lo descubriesen. Le llamó la atención que el hombre no fuese el marido de ella. Era otro. Estuvieron media hora más, practicando diversas poses. Siempre frente a la ventana, como para no defraudar a su incipiente público. Eso no podía ser casualidad. Ellos querían que los vecinos los viesen. A cierta gente le excita eso, pensaba Javier. Además hay gente que se excita viendo como su pareja tiene sexo con otra persona delante de sus ojos. El deseo es algo muy oscuro y difícil de controlar cuando se lo libera. Luego de esa sesión de estimulación visual tuvo que recurrir a la masturbación para volver a sus cabales. Se preguntaba si había sido el único que había podido observar la escena o si alguien más en su edificio había saboreado el placer de mirar en el absoluto anonimato.

Al día siguiente el edificio estaba convulsionado. La pareja había tenido un público numeroso. De hecho cuando Javier bajó en el ascensor con los del octavo, se notaba cierta tensión hasta que ella le echó en cara a su marido que seguramente la noche anterior había estado pensando en la mujer de la ventana mientras tenían sexo. Clima incómodo. El marido lo negó y le dijo para apaciguarla la sarta de mentiras que siempre funcionaban. Esa noche, Javier había cancelado todos sus planes. Quería y necesitaba otro show. Esta vez sería menos discreto. Esta vez se iba a dejar ver. Que lo vean viendo. Se compró un delicioso licor y acercó el sillón a la ventana. Ese día las cortinas de los exhibicionistas no se corrieron, Javier se frustró pero se quedó toda la noche ahí, esperando, mientras tomaba el licor, hasta que se lo terminó y se quedó dormido.

Durante una semana, hizo guardia en esa ventana pero nada sucedió. Incluso había intentado toparse "casualmente" con ella en la calle, o en el super, o donde la había visto tantas veces pero todo era en vano, se había esfumado de su vida. La había alterado brutalmente y luego desapareció.
Al pasar las semanas fue dejando el hábito de revisar la ventana a ver si estaba sucediendo una vez más, fue entonces cuando el ansiado show vio la luz nuevamente. Pero esta vez no era la misma pareja. Era ella, sin dudas, pero el hombre era otro. No tuvo tiempo ni de acomodarse ni de esconderse, no se quería perder absolutamente nada. Los miraba como si estuviese hipnotizado, casi sin pestañear, con la respiración acelerada, como cuando estás excitado en una situación peligrosa.
No se preguntó qué había pasado con el otro, no le importaba, sólo quería verla a ella teniendo sexo, contra esa ventana, pensando que podía ser él. Cuando el acto llegó a su fin, lo vieron. Los dos, exhaustos, luego de pecar por donde se lo mirase, lo vieron y no se escandalizaron. Al contrario. Sonrieron, le hicieron un saludo cordial y cerraron la cortina.

Javier no pudo dormir esa noche, ni la siguiente. Estaba obsesionado. Si había cambiado de pareja, él tranquilamente podría ser el próximo. Luego de varios meses y demasiado estudio logró descifrar cual era la frecuencia del espectáculo. Un Jueves. Cada quince días. La mujer era siempre la misma, el hombre no. Jamás repetía. Y ninguno era la pareja que él había conocido antes de que todo esto empezase. No tenía manera de comunicarse con ella, así que intentó hacerlo en su idioma. Cada vez que tenía sexo en su departamento, lo hacía con las cortinas abiertas, tratando de que el ángulo diese justo con la ventana de Jazmín (Se había enterado el nombre en una reunión de consorcio que habían tocado el tema de la mujer que tenía sexo a la vista de todos), como para decirle que él también se animaba. No sabía si ella había visto algo o no, hasta que un Jueves, cuando él ya estaba preparado para otro show, ella abrió la cortina y pegó un papel en la ventana. En el cual se podía leer claramente un número de teléfono, que Javier anotó a la velocidad de la luz. La llamó de inmediato y ella al atender, sin decir hola, ni nada, sólo le dijo la calle, el piso y cortó. Él no cabía en sí de emoción. No sabía si bañarse o si eso era perder el tiempo. Capaz se podría bañar con ella. Pero si llegaba sin asearse capaz lo desechaba al sólo verlo. Y si llegaba demasiado tarde, tal vez no tendría otra oportunidad. Decidió correr el riesgo y se tomó una ducha bien rápida. Esta vez sin ponerse a cantar ni bailar, ni ninguna de esas cosas que solía hacer siempre en la ducha.

Al llegar al departamento tocó el portero y le abrieron la puerta. Era un mar de dudas. No estaba al tanto de cual era el protocolo habitual en estas circunstancias. No sabía si tenía que llevar algún vinito o chocolates, o algo. Solo atinó a agarrar una caja de forros que tenía en la mesita de luz. Se lamentaba por no haber previsto esto. Caer con las manos vacías era un pésimo mensaje. Estaba seguro que los otros iban mejor preparados. Al llegar al piso indicado la puerta estaba abierta. Entró lentamente, como pidiendo permiso. Ella lo esperaba junto a la ventana, totalmente desnuda. Él no podía dejar de recorrer con los ojos ese fabuloso cuerpo con el que tanto había fantaseado. Antes de poder decir nada, emergió un hombre. De la nada. Apenas podía mirarlo, tenía que hacer un gran esfuerzo para dejar de verla. El hombre, que reconocía como el marido de Jazmín, se sentó en una silla de director y se sirvió un trago de licor.  Ella miró a Javier y lo atrajo hacia sí, como si tuviese algún tipo de poder especial. Estiró las manos y él se fue acercando lentamente, al compás de una música que solo ellos, ahogados en el deseo, podían escuchar. Cuando finalmente sus cuerpos se unieron, él cumplió todas las fantasías que venía acumulando. Hicieron cosas que de las que él jamás se creyó capaz. Ella lo tenia embelesado, sólo quería verla gozar. Quería oírla gemir de placer. Que grite en un orgasmo múltiple y que despertase con un aullido felino a la pareja del octavo. Poca atención le prestó a ese hombre que se masturbaba mientras otro hacía gozar a su mujer.

Luego de esa noche y durante muchos años más, Javier se sentó en su sillón cerca de la ventana y mientras veía la misma película una y otra vez, esperó con ansias ser llamado para un nuevo casting.

DARIO BESADA
29/08/2018
36 AÑOS






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