El pitufo africano


Entré a la exposición y ahí estaba: la estatua del pitufo. Inmensa. Tardaron años en poder exhibirla porque algunos alarmistas decían que estaba maldita. La habían encontrado en una excavación en África, junto a tumbas de faraones. Los arqueólogos se quedaron de piedra: esperaban momias, sarcófagos, tal vez un gato disecado. Pero no. Un pitufo gigante.

Se permitía sacar fotos con la estatua, pero no más de dos por persona y sin flash. Otro rumor decía que el flash podía despertar al espíritu que dormía dentro del pitufo. Una incoherencia brutal. Pero bueno… ya era bastante incoherente encontrar un pitufo en una tumba egipcia.

Había otras cosas en esa sala, pero ninguna llamaba tanto la atención. El pitufo africano, así lo llamaban, estaba hecho de un material desconocido. Nadie sabía qué era. Y menos aún quién lo había tallado. Ni cómo. Ni por qué.

Me acerqué para tocarlo. Quería sentir su textura, aunque estuviera prohibido. Al posar las manos sobre su hombro, un tornillo se desprendió y cayó al piso. El ruido fue escandaloso en medio de ese silencio de museo. Se escucharon hasta mis puteadas mentales: “La puta madre…”

Me agaché enseguida para levantarlo. No quería que los guardias lo notaran. Había cámaras, seguro. Y no estaba dispuesto a pasar otra noche en la cárcel por una boludez. Empecé a buscar de dónde corno se había caído el tornillo. El pitufo parecía entero, sin partes flojas. Pero ese tornillo, por algún lado, había salido. Tampoco podía irme alegremente: el detector de metales en la salida, con su fama de buchón, iba a delatarme

A los pocos segundos, un ejército de guardias entró corriendo. Me rodearon y me apuntaron.

—¿Otra vez vos? ¿Cuántas noches de prisión necesitás para dejar de venir a estas exposiciones arqueológicas?

—¡Pero esta vez no hice nada!

—Escuchamos un ruido. Vinimos. Y justo, ¡qué casualidad!, estás vos.

—Es una falsa alarma. Miren, está todo en orden.

—No hay falsa alarma si vos estás en la sala. No me olvido del descalabro que armaste en la expo del tatú carreta.

—¡Ese tatú me atacó!

—Era una estatua de trigo. Quedó hecha añicos después de tu "altercado".

—Ya pagué por eso. Esta vez solo vine a admirar a esta... cosa.

—Le decimos Pitufo africano.

—¿También te comiste ese verso? ¿Te parece que los egipcios tallaban pitufos? ¿Y de qué está hecho? Nadie sabe. Alguien lo puso ahí después de que inventaron los dibujitos.

—Vos y tus conspiraciones... ¿Qué fue ese ruido? ¿Qué le hiciste?

—¡Nada!

Entonces otro tornillo cayó. El clink seco en el piso paralizó a todos. Los guardias se miraron. Uno se agachó con guantes para recogerlo, como si pudiera explotar. Nadie supo de dónde se había soltado. El pitufo seguía en pie, imperturbable. Pero ahora estaba haciendo un lento y poco sensual striptease de tornillos.

¿Cuántos podía perder antes de colapsar?

Yo tenía que irme antes de que eso ocurriera. No quería estar presente cuando explotara la histeria colectiva. Y mucho menos si me encontraban el tornillo original en el bolsillo.

Los guardias seguían esperando que alguien, el jefe, tomara una decisión. Nadie quería ser responsable si esa estatua se venía abajo por falta de un perno clave.

En ese momento, una parejita de turistas entró y se maravilló con la estatua. Se prepararon para una selfie, cuando uno de los guardias les advirtió:

—Sin flash. Por lo del espíritu dormido.

Los turistas se rieron. A carcajadas. Y sacaron la foto igual, con flash y todo.

Entonces, el pitufo cobró vida, giró la cabeza y preguntó:

—¿Dónde están mis tornillos?

El caos fue inmediato. Gritos, corridas, teléfonos cayendo al piso. Yo logré escabullirme antes de que empezara a despedazar guardias. Lo del flash, definitivamente, fue una mala idea.

Ahora estoy escapando. Me persigue. Y creo que sabe que tengo uno de sus tornillos. Lo escucho cada vez más cerca.

Después de todo, una noche en la cárcel no era tan grave. Lo grave es que el pitufo aprendió a correr.


DARIO BESADA

EDAD: 42 AÑOS

23/06/2025


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