Un fraude exitoso

Revisé el mail y ¡había ganado! ¡Yo! Entre diez mil personas, había quedado entre los cincuenta cuentos seleccionados. Una cosa de locos. Historias Breves. Nada de novelas y esas cosas. Mandé mi humilde cuentito porque sí. Porque era gratis participar. No esperaba ganar algo. Los primeros cinco cobraban plata, el resto sólo una mención. Eso lo era todo para un tipo que escribía cuando tenía ganas, porque le divertía. El resto eran todos casi próceres de la literatura. Yo no. Trabajo en una empresa. Soy un administrativo más como tantos otros. Y empecé a escribir estas cositas, para salir de la rutina. A mis amigos les gusta. O eso dicen. bah, no a todos. Algunos me critican los cuentos y me gusta. Porque si después ese mismo tipo me alaba uno, para mí tiene más valor. Todo mi entorno se revolucionó con la noticia. Mis amigos, mi familia, mis mujeres, todos. No paraban de felicitarme. No sé si por ser cordiales o por verdadera admiración u orgullo. Para mí no es difícil escribir. Al menos no al nivel del que escribo. Es sentarse y ser libre. Escribir sin tapujos ni vergüenza y ver que sale. La gente me dice que tengo mucha imaginación. No sé qué responder a eso. Supongo que por eso no es tan fácil para todos, no pueden dejarse llevar y lo atribuyen a la imaginación. Empecé un taller literario hace unos meses como para tener una rutina o una obligación semanal en cuanto a la escritura. Es más estimulante hacerlo con una consigna. Escribí muchos cuentos los últimos meses. Algunos buenos, otros malos y otros hermosos. Cada tanto releo los títulos y recuerdo como fue escribir cada uno. Sin esa obligación semanal no hubiese escrito ninguno. ¡Y uno ganó! Bah, no uno. El único que envié a un concurso.

El encargado del certamen me puso en contacto con una periodista, para que hablase sobre mi vida. Iban a hacer una nota sobre todos los cuentos y los escritores. La periodista me hizo mil preguntas sobre mis inicios y mi nula formación literaria. Creo que le cayó simpático que uno de los cincuenta sea un x total. En cuanto comenzó a hablarme del cuento intuí que había algo mal. Estaba tirando datos sobre otro cuento. Mencionaba palabras que decididamente no estaban en el mío. No sabía si hacerme el boludo con respuestas vagas y ambiguas para que no saltara el error o decirle francamente que no estaba hablando de mi cuento.
La tuve que detener antes de que me hiciera preguntas que sólo el autor debería responder. Le comenté que debía estar confundida. Que capaz el encargado del concurso le pasó mal el texto. Antes de retirarse me dejó una copia del otro cuento. Lo leí con miedo a que ese otro cuento que se titulaba igual, pero que era de otro autor, fuese mejor que el mío. Y lo era. Al menos en mi opinión. 

Hablé con José, el encargado del concurso, y me dijo que había habido un error. Que le habían pasado el cuento equivocado a la periodista, pero que en unas semanas ya todo estaría solucionado y podríamos arreglar otra entrevista. Unas semanas. Me carcomía la duda. Desde mi perspectiva era bastante evidente que se confundieron, claro. Y la forma más elegante de subsanar el error era decir que mi cuento había ganado y no el otro. Yo tenía mis reservas, el otro era muy bueno. No entendía como diversos jurados habían optado el mío por sobre ese. Esas noches la pasé en vela. No podía conciliar el sueño. Tal vez era un fraude. Tal vez no era un escritor premiado. Tal vez era un mediocre con mucha suerte.

Luego de pasar días sin dormir, encaré a José y le exigí saber la verdad. No me importaba si era un error. No iba a caer en un pozo depresivo si mi cuento no era tan maravilloso. Cuando lo envié no pensaba ganar, así que no era gran cosa. Pero que te premien sin haberlo merecido es como cuando en la secundaria te copiabas en una prueba y después el profe te felicitaba. Era una farsa y se sentía raro. No quería esa sensación el resto de mi vida. Porque cada vez que alguien mencione el concurso me iba a felicitar y yo tendría que aceptar ese elogio con una triste sonrisa.

José lo negó, desde ya. De ninguna manera iba aceptar un error de tal magnitud. Sostenía que mi cuento era precioso y que los había impactado. No le creí ni media palabra. Y no era el tono, ni el semblante, ni nada. Era pura intuición. Yo me sinceré y le juré por mi vida que jamás diría nada, sólo necesitaba saberlo. Su concurso no perdería credibilidad ni habría un bochorno a nivel nacional. No lo sabría nadie. Le pedí que me mire y pestañeé una vez para decirme si era el ganador o dos veces por si era un fraude. Él respiró hondo, miró el piso y luego sus ojos me encontraron. Podía ver la fuerza que hacía para no pestañear por error. Pasaban los segundos y nada sucedía. De pronto se dio media vuelta y me dijo que me fuera.

Al pasar el tiempo mi popularidad creció a un ritmo sostenido. Me hicieron varias entrevistas y participé de unos cuantos programas de televisión. Me había convertido en una especie de fenómeno local. Una editorial de renombre me contactó para comprar mi siguiente novela. Yo no había escrito ninguna, pero ese envión anímico desembocó en una novela que los críticos catalogaron como maravillosa de principio a fin. Parecía que realmente mi destino eran las grandes ligas cuando dicha novela fue filmada en Hollywood con un abrumador éxito de taquilla.

Ya habían pasado varios años del concurso que había originado todo. En las fiestas y reuniones de la farándula José me evitaba. El tema medio que ya se me había olvidado. Después de todo había triunfado, pero cada vez que lo veía sentía esa espina en mi ego. Hasta que en una fiesta, donde me entregaban un premio por la novela que había hecho historia, en medio del discurso, lo vi. Estaba en un rincón, aplaudiendo a rabiar. En cuanto me vio se paralizó. Lo sentí dudar y me sostuvo la mirada, como nunca había hecho en todo ese tiempo. Pasaron unos segundos y pestañeó. Y pestañeó.


Eso no me derrumbó. Seguí escribiendo. Incluso más que antes, pero no mejor. Jamás pude volver a escribir igual que cuando le dejaron creer a este fraude que era exitoso.


DARIO BESADA
05/09/2018
36 AÑOS

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