El Bar
Entré al bar y los vi besándose. Mi mundo se derrumbó en segundos
mientras ellos se fundían en un beso del tipo donde los cuerpos se contornean
al unísono con los labios. Yo los miraba petrificado como esperando que ella se
aleje al grito de: ¡Salí de acá ¿qué estás haciendo!? Pero los segundos pasaban
y no sucedía. Realmente se estaban besando. Realmente lo quería besar. Y yo ahí,
viendo esa escena como si estuviese en un palco, de pie con los ojos abiertos
de par en par, sin poder emitir ningún tipo de sonido. Perdí el control cuando
observé como él escabullía sus juguetonas manos por debajo de la blusa.
No recuerdo qué revolee
primero. Las sillas, las mesas, las botellas, o todo junto y al mismo tiempo.
Recuerdo que el DJ en un acto de pura empatía apagó la música y el dueño del
bar prendió las luces. Esos dos se desprendieron y ella corrió hacia mí,
seguramente para explicarme algo de lo que había sucedido. Me hubiese gustado
escuchar esa mentira disfrazada pero no dejaba de ser una falacia. Empezó a
llorar, a abrazarme, a decirme cosas al oído. Si no hubiese visto lo que había
visto hasta le hubiese creído algo de todo eso. Yo no sabía bien qué hacer, esa
era la verdad. ¿Me tenía que ir y dejarlos ahí para que vuelvan a apretar como
si yo hubiese sido un simple lapsus o tenía que enfrentar a mi amigo y
golpearlo hasta que se me borrase la imagen de ese beso y esas manos? Ella
seguía llorando e intentaba encontrarme la mirada porque sabía que tenía un as
bajo la manga. Cuando me miraba de cierta manera, haciendo cierto gesto, yo me
derretía. No lo puedo explicar coherentemente, era algo que sucedía. Y tenía
que evitarlo, al menos esa noche, en ese bar. Frente al DJ, al dueño del bar y
al traidor.
En eso mí no tan amigo se
acercó tímidamente como temiendo que el volcán lo empapase de lava. Tuvo el
descaro de agarrarla y alejarla de mis brazos. No sé si eso fue abiertamente un
desafío o si en realidad se estaba poniendo en el medio, como para que si le
pegase a alguien fuese a él y no a ella. Él no lloraba, ni tampoco lo veía
apenado al muy sinvergüenza. Iba a empezar a hablar cuando lo interrumpí. Tenía
miedo. Miedo de que me dijese que están juntos hace años. Que justo hoy habían
decidido decirme todo, que por eso me había citado a ese bar. Miedo a que ella
me deje. Que luego de diez años me abandone por mi mejor amigo. ¿Cómo me podría
reponer de eso? Así que lo detuve. Si alguien me iba a arruinar iba a ser ella.
Él era un simple títere en esta historia. La diabólica tenía que ser ella. Me
lo contó todo. Tal vez hubiese preferido menos detalles. Como me temía, hacía
meses que se estaban viendo. Nuestra relación no estaba en un pico precisamente
y ésta fue a buscar consuelo con ese desgraciado. Ahora creían estar
enamorados. Y yo... era el obstáculo infranqueable para que esas dos bellas
personas se amasen libremente. Sólo faltaba que me pidan que sea el padrino de
sus hijos y les pague la luna de miel. Caraduras. Lo tuve que golpear cuando
ella me dijo que estaba embarazada. Me venía conteniendo lo mejor posible pero
esa imagen fue demasiado. El beso y las manos era un juego de niños comparado a
imaginarme a él dentro de ella. No lo pude evitar. Lo tuve que golpear con
fuerza, con una violencia que ni sabía que tenía. El cayó de espaldas y su nuca
se estrelló contra el borde de una mesa volteada. Un charco de sangre lo
inundó. A mí la sangre me da impresión, no la puedo ver. Y él estaba casi
sumergido en ella cuando me desmaye.
Me desperté empapado en sudor.
Odio esa pesadilla recurrente. Casi tanto como a ese bar en el que ella me citó
esta noche.
DARIO BESADA
36 AÑOS
25/09/2018
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