La ciudad de los dados
El magnate que todo lo tenía se enteró de que, en una ciudad lejana y misteriosa, alguien estaba vendiendo aquello que más deseaba en el mundo.
Tenía mansiones abarrotadas de tesoros exóticos, colecciones únicas que no cabían ni en sus recuerdos. Solo le faltaba una cosa.
El viaje era complejo. Algunos aseguraban que la ciudad no existía. Otros decían que era una trampa para locos y codiciosos. Pero él eligió creer. Y buscó un guía.
Encontró a un muchacho de reputación dudosa que juraba poder llevarlo. Eso sí: tenía exigencias extrañas.
—Yo lo puedo llevar, míster.
—Estupendo, salgamos cuanto antes.
—No tan rápido, don. Depende de usted si vamos o no.
—¿Qué tengo que hacer?
—Tirar este dado. Si sale 1, 2, 3, 4 o 5, vamos.
—¿Y si sale 6?
—No puede salir 6. Tire, con mucho cuidado.
El magnate lanzó el dado. Salió dos. Subieron al avión.
Doce horas después —que parecieron cincuenta— sobrevolaban un territorio sin pistas de aterrizaje.
—Tire el dado —dijo el joven, sacando un paracaídas.
—¿Otra vez?
—Si quiere el único paracaídas, sí. Tire con mucho cuidado.
Salió cinco. Le entregó el paracaídas.
—Hasta acá llego. Busque la Taberna Azul Radiante. Pregunte por Rex.
Saltó. Aterrizó torpemente en una ciudad caótica y confusa, rodeada de tabernas de colores. Caminó horas hasta encontrar una que podía ser azul radiante. Entró. Preguntó.
—¿Rex? No, acá no hay ningún Rex. Esta es la Taberna Azul Eléctrico.
Le pagó a un borracho para que lo guiara. El tipo se desmayó a mitad de camino.
Tardó tres días en encontrar otra taberna azul que podía ser radiante. Exhausto, entró y pidió una cerveza. El tabernero lo miró con desconfianza.
—Primero, tire este dado. Trate de sacar entre 1 y 5.
—¿Otra vez esta pavada? ¿Y si saco 6?
—No puede salir 6. Tire con mucho cuidado.
Salió uno. Le sirvieron una cerveza helada.
—Busco a Rex.
—¿Otro más? Quiere la tortuga jurásica, ¿no?
—Es lo único que le falta a mi colección.
—Mire a su alrededor. Toda esta gente vino por lo mismo
Había más de cien personas en la taberna.
Entonces se abrió la puerta. Un hombre de dos metros entró, sujetando con una correa a un bicho prehistórico que parecía una tortuga.
El magnate se abalanzó.
—¿Cuánto por el bicho?
—¿Bicho? Es mi amada mascota. No tiene precio.
—Todo tiene un precio.
—Tire el dado con mucho cuidado.
—Ya sé: entre 1 y 5.
—No, no. Eso es para turistas. Este es otro dado. Si fuese usted, yo evitaría sacar calavera.
—¿Qué pasa si saco calavera?
—Cuando cruzó la frontera, ¿no le contaron las leyes?
—Me tiraron de un avión.
—Ah. Contrabando. No sé cómo piensa salir de esta trampa mortal.
El magnate no dudó.
—Deme el dado. Cuando tenga la tortuga, veré cómo salir.
Tiró el dado. Calavera.
Rex amagó a sacar un hacha escondida en su espalda
—¡Era una prueba! ¡Ahora sí tiro en serio!
Tiró. Calavera.
Tiró de nuevo. Calavera.
Revisó el dado: solo una cara tenía calavera. La probabilidad era mínima.
Tiró. Calavera.
Rex suspiró, sacó el hacha y cortó la correa de su mascota con un golpe preciso.
La tortuga abrió una boca imposible y devoró de un bocado al magnate.
Rex sacó otra correa del bolsillo, se la puso al animal, volvió a la barra, pidió una cerveza helada y gritó:
—¿Alguien más vino por mi mascota?
DARIO BESADA
06/07/2025
42 AÑOS
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