Las joyas no destiñen

Seguía lloviendo. Meses y meses de lluvia incesante. Los vendedores de paraguas habían tenido su veranito... varias veces. De hecho, se habían quedado sin stock, como nunca antes había sucedido. La gente acomodada, compró en cantidad, por las dudas. Parecía lógico. Si la lluvia no se iba a detener, los paraguas eran fundamentales para la vida cotidiana. Lucas, uno de esos acaudalados, necesitaba diferenciarse, entonces había mandado a hacer unos especiales, caros. De diversos colores y formas. No le importaba pagar un dineral por ellos, tenían que ser únicos, para que la gente que lo vea se diese cuenta instantáneamente que él no era uno más del montón.

Se contactó con varios vendedores, y se quedó con el que le prometió los paraguas más maravillosos y especiales que el dinero pudiese pagar. La primera tanda había sido decepcionante. Los colores se desteñían cuando el agua los golpeaba. El vendedor se excusó diciendo que el agua de esta lluvia era especial, y que contenía cierto ácido. Ahora era más peligroso que nunca no poseer paraguas.

Lucas se refugió en su mansión esperando una nueva camada, para poder lucirlos ante la gente. Se le habían reído en la cara cuando el primer paraguas se empezó a desteñir. Una humillación. Tendría que haber matado al vendedor, se repetía constantemente, pero decidió darle una segunda y última oportunidad, después de todo, los paraguas eran preciosos, lástima el ácido.

La segunda camada se hizo desear, el vendedor ponía excusas para postergar la entrega. Lucas no podía salir a la calle con un paraguas que destiñese, y sin él era claramente peligroso, así que pasó varias semanas recluido en su mansión, ansiando su postergada libertad.

Cuando el vendedor, finalmente le entregó la segunda tanda, estaba tan feliz, que se olvidó de la espera y el retraso. Fue entonces cuando salió a la calle y a la vida, con la protección adecuada. Se paseó por toda la ciudad, esperando impresionar a la gente común. La furia se apoderó de su persona cuando constató que todo el mundo tenía su mismo paraguas. Hasta el verdulero más humilde del mundo, pudo comprarlo. Primero intentó romperle el paraguas al pobre trabajador, y al comprobar que el hombre lo doblaba en tamaño, decidió descargarse con el vendedor de paraguas que claramente lo había timado.

Lo fue a buscar a su taller, y lo empezó a golpear cuando el hábil vendedor decidió intentarlo una vez más. Se dejó golpear lo justo como para que Lucas se sacase las ganas y luego le dijo que alguien había entrado a robar a su depósito y habían desaparecido todos los paraguas. Por eso hasta el verdulero tenía uno.

Le comentó que en breve iba a recibir una tela especial, y que con esa, iba a poder hacer un único paraguas. Sólo uno. Pero al ser una tela tan extraordinaria el costo iba a doblar o triplicar los anteriores. Pero que valía cada centavo. Lucas prometió matarlo si no quedaba satisfecho, y se fue a encerrar a su mansión nuevamente.

Pasaron un par de semanas antes de que el vendedor tocase la puerta de su mansión, con la joya, como lo había bautizado. Se lo entregó y le dijo que tenía que dejarlo reposar toda la noche, para que la tela se acomodase o algo de eso que no llegó a entender por la terminología extraña que había utililizado. Y que ya a la mañana siguiente, podría usarlo normalmente.

El rumor del paraguas super especial se había esparcido por toda la ciudad. Todo el mundo quería verlo. El precio había sido una ridiculez por un mísero paraguas. Tenía que ser una estafa.

La joya no era una estafa. Probablemente fuese el paraguas más hermoso y deslumbrante que alguien pudiese hacer. Había costado una enorme fortuna, pero era único. Ya nadie se le iba a reír en la cara, la gente lo iba a admirar. Se levantó temprano, se bañó, se puso la mejor ropa que tenía. Se abrigó, y salió a la calle con su joya dispuesto a lucirla.

Y... La lluvia había cesado. El sol, que hacía una eternidad que no se mostraba, estaba mejor que nunca. Como si con el descanso prolongado hubiese repuesto todas las energías y se esmeraba en  secar las calles de la ciudad en segundos.

Lucas se dirigió al taller del vendedor, para reclamarle el dinero de la joya. Ya no le servía, había tardado demasiado. Fue cuando éste le comentó que le había llegado un cargamento de un material extraordinario. Con el cual podría fabricar unos lentes de sol del nivel de la joya. Carísimo, pero imprescindible. Porque ese sol, era tan o más dañino, que la lluvia ácida. Y que ahora, era más peligroso que nunca no poseer lentes.


DARIO BESADA
18/07/2018
35 AÑOS





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