Dildo gate
Era un día común y corriente en el Resto de Flores, la gente se agolpaba para entrar ya que afuera hacía un frío demencial, y adentro sobraban los platos con sopa de maní. Esa sopa, pensaban muchos, debía haber sido inventada en invierno. La mesas estaban razonablemente llenas cuando de pronto entró La eminencia: Kiki.
Instantáneamente, todos los comensales dejaron sus cucharas en el aire para mirarlo. No era que el lugar fuera feo, pero lujoso, lo que se dice lujoso, tampoco. Funcional, digamos. Y Kiki, de eminencia, solo tenía los aires: se creía la gran cosa. Y si encima al entrar la gente reaccionaba de ese modo, su ego danzaba entre las nubes.
Pidió al mozo la mesa “más destacada” del salón, mientras sonreía a la decena de celulares que aparecieron de golpe. No es que fuera una estrella, pero tenía dos mil seguidores en TikTok, y veinte o treinta de ellos estaban ahí mismo. Kiki sabía dónde moverse para ser reconocido: le encantaba la idea de que alguien llegara a su casa y contara a su familia que había visto a Kiki, le había sacado fotos y hasta una selfie.
Todo ese clima de conmoción explotó en cuanto Kiki se sentó y se le cayó, de uno de los bolsillos de su tapado de piel, un dildo. Fosforescente. De unos 25 o 30cm. El dildo lo podía ver hasta una persona que estuviera nadando en las fosas Marianas o que estuviera en una cueva al resguardo de toda la modernidad. Del bullicio no quedó ni registro. Se produjo un silencio cómplice asombroso. Kiki abochornado, exageró ampliamente sus gestos y se desmayó. La gente dejó las sopas en sus mesas y se amontonaron alrededor de la estrella que estaba colapsando en un lugar público y humilde. Ya no había celulares sacando fotos, sino llamando al 911. Varios salieron a buscar algún médico por la zona. Un mozo intentó hacerle respiración boca a boca y Kiki lo abofeteó en cuanto lo vio venir. Estaba vivo. Desmayado, o casi, pero vivo.
A los pocos minutos se escucharon unas sirenas. Alguien había localizado a un patrullero y pensaron que podían transportar al influencer al hospital más cercano, protegido por agentes de seguridad. Ya que justo en esa ocasión, Kiki había salido sin sus guardaespaldas. La policía entró al resto apuntando a todos. No se creían la farsa de que se había desmayado. Seguramente alguno le había querido robar y en el forcejeo, el muchacho había sucumbido. Luego de interrogar a todos los presentes, y ver que Kiki estaba razonablemente consciente, se sentaron en una mesa y pidieron una sopa de maní. El mozo los atendió. Una vez más, no les cobró.
Kiki seguía tendido en el piso. Su indignación estaba en aumento al ver que los policías desestimaron su cuadro de desmayo y se pusieron a almorzar. Lo desesperaba una sola cosa: había perdido de vista el dildo. Se reprochaba no haberse tirado sobre él, para cubrirlo y luego levantarse como si nada. Imaginaba los titulares de Crónica: "De la alfombra roja al piso del comedor", "De la fama al ridículo en 25cm", "Sopa de maní y escándalos fosforescentes: La caída de Kiki". Y muchos otros títulos que lo exponían de una manera denigrante.
El tano, cliente habitual y traficante ocasional, había sido uno de los primeros que zamarreó a Kiki para ver si tenia signos vitales, y en medio de la confusión, sus ojos se posaron en el objeto causante de todo. Se lo guardó. En un comienzo para proteger el buen nombre de la persona caída en desgracia, pero al pasar los minutos, comprendió que ese trofeo tendría un valor inconmensurable en Mercado Libre. "El consolador de Kiki". Seguramente el club de fans pagarían fortunas por tenerlo. A fin de cuentas, Kiki debía tener muchos más, tal vez incluso en los otros bolsillos de ese mismo tapado de piel. El tano había cumplido un papel crucial para evitar que la reputación del influencer sea mancillada en vivo y en directo, había logrado sacar de la vista de la chusma ese dildo hipnotizante y eso le bastaba. Qué hacer con ese consolador era otro cantar. Kiki ya no lo iba a querer de todas maneras, dado que había tocado el piso de un lugar por donde pasaban cientos de personas diariamente y la pulcritud de ese piso no era la mejor de sus virtudes. Quizás algún coleccionista de dildos de famosos estuviera dispuesto a abonar una cantidad muy generosa. El tano sólo podía pensar en dólares. Muchos dólares. Mientras tanto, Kiki habló con uno de los policías:
—Me robaron.
—¿Qué le robaron, señor?
—Un… objeto personal. Muy valioso.
—¿Dinero? ¿Joyas?
—No, no… un dildo.
—¿Un qué?
—Un consolador.
—¿Me está diciendo que alguien lo asaltó para robarle un consolador?
—Bueno… no exactamente. Se me cayó del bolsillo.
—Ajá… ¿y suele llevar consoladores en el bolsillo del tapado?
—Sí, por si surge una emergencia.
—¿Qué clase de emergencia se resuelve con un consolador?
—Las mejores.
—Nuestras emergencias son asesinatos, secuestros, robos a mano armada.
—Bueno, cada uno con lo suyo.
—Y usted quiere que yo salga a buscar un… consolador, como si fuera un diamante robado.
—Exacto. Y si me ayuda, le dedico un baile en mi próximo TikTok.
—¿Un baile? ¿Con qué canción?
—Con la de la sirena del patrullero. Re versionada, desde ya.
—¿Y eso incluye etiquetar a la comisaría? Porque por cincuenta mil seguidores, hasta lo ayudo a buscar el maldito aparato por las cloacas.
El tano logró escapar de la escena con el botín. La muchedumbre había rodeado a Kiki. Luego de ver que estaba en buen estado, le habían pedido miles de fotos, a las que el influencer había accedido de buen grado. Cada foto era alguien que lo consideraba famoso. Ser parte de la farándula le venia siendo esquivo. Los medios lo ninguneaban por hacer videítos que no le importaban a nadie. Sin embargo tenía su nicho. Era cuestión de tiempo que su popularidad explotara y esos dos mil seguidores se conviertan en millones. Su ambición era llegar a cada rincón del país y, tal vez, del mundo
Cuando Kiki llegó a su casa, el teléfono le explotaba de mensajes de su agente. Si, tenía agente y guardaespaldas, pagados vaya a uno a saber cómo. Su filosofía era que para ser algo, primero hay que aparentarlo. El soñaba con no poder caminar por la calle, que su séquito tenga que correr multitudes de personas para poder avanzar, así que ya tenia el tema de los guardaespaldas resueltos. Solo faltaba la muchedumbre a su paso. Su agente le comentó que el "dildo gate" se hizo viral y algunos insensatos subieron toda la escena a la redes. Ya no tenia 2 mil seguidores. Tenía mas de 100 mil y no sólo de Argentina. Era furor y muchos otros influencer estaban levantando las notas en sus propios canales. Lo que no se esperaba fue lo que le dijo para finalizar la charla: Resulta que había un mercado negro de dildos de famosos. Como un Mercado libre pero en la deep web, fuera del alcance de las autoridades. Y en ese sitio su dildo estaba entre los diez más caros de todas las personalidades de Argentina
Kiki colgó y reflexionó:
“Si se me hubiesen caído los otros nueve que tenía en el tapado, tal vez no estarían top diez… pero tendría cien veces más seguidores. Top diez… es un buen comienzo”.
DARIO BESADA
42 AÑOS
20/08/2025
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