¿Destino o mera casualidad?
Salió del bar de la YPF apurado porque iba a llegar tarde a una importante reunión de trabajo. No había terminado de cerrar la puerta cuando se quedó petrificado. Sus ojos la habían visto. Ella también había sentido esa conexión. Se quedaron mirándose unos segundos, sin decir palabras hasta que ella atinó a decirle:
-¿Vamos por un café?
Él miró su reloj de marca y a regañadientes le respondió:
-Bueno, dale, tengo veinte minutos nomás
Se sentaron en unos sillones, la mesita era baja, como si fuese una mesita ratona. No volvieron a emitir comentario. Solo se contemplaban en silencio. Como si un campo de fuerza invisible les hubiese robado la capacidad del habla. Sus ojos se escrutaban. iban de un ojo al otro, a una velocidad frenética. Ni siquiera querían perder tiempo en pestañar. Todo ese clima surrealista se rompió en cuanto el camarero les preguntó que iban a tomar. Él anticipándose a ella le respondió:
-Dos cortados en jarrito, por favor
Ella amagó a protestar, y se detuvo cuando vio que él le hizo un gesto. El mozo se fue. Y ella lo increpó:
-¿Ya te olvidaste de como tomo el café?
-No, pero tengo 20 minutos, y no quiero pasarlos escuchando tus instrucciones sobre como queres el cortado. El mozo iba a sacar un anotador y, de todas maneras, te lo iba a traer mal. Como siempre. No lo tomes, no importa.
Ella iba a contestarle algo, pero se calló. Tenía razón. En sus tantos años juntos, nunca pero nunca, un mozo había traído bien su café. Bien para ella, bah. Que tenia alguna que otra pretensión en cuanto al tipo de leche, temperatura, marca, pocillo, cucharita y otras cosas varias.
Volvieron al silencio. Se miraban, se escrutaban, se analizaban. Si alguien veía esa escena de afuera parecía que no tenían nada para decirse, que el café era un simple trámite que los dos ansiaban terminarlo cuanto antes para volver a sus magnificas vidas. La intensidad de sus miradas ahuyentó al camarero que tardó significativamente más de lo que debería haber tardado en preparar dos cortados. Era como si se estuvieran hablando telepáticamente, sin emitir sonido. Algunos románticos hasta podrían decir que las bocas estaban calladas pero los corazones estaban a los gritos. En determinado momento una lágrima se desprendió de un ojo de ella. Él no tardó en imitarla. Estaban llorando, ambos, en silencio, sin decirse absolutamente nada. En ese momento, ella dijo:
-No puedo. Estoy casada
Él bajó la mirada, rompiendo el hechizo y dijo:
-Yo tampoco puedo. Mi mujer esta embarazada, vamos a tener un nene en unos meses
-Nosotros tenemos una nena. Hermosa. Ornella
-Y le pusiste Ornella nomas. Que nombre espantoso
-Salvo a vos, le gusta a todo el mundo.
-Si vos no podes y yo tampoco, ¿Qué es esto? ¿Por que siento una revolución interna cada vez que te miro?
-No sé, pero dejá de mirarme así. Me desarmas. Y esto no puede ni debe ser. Basta.
-¿Crees en el destino?
-Vos me estás jodiendo, ¿no? Tengo todo el cuerpo tatuado con la palabra destino. ¿No te acordas ya?
Él tragó saliva, tratando de borrar de su mente ese cuerpo tatuado
-Me acuerdo. Capaz el destino nos hizo cruzarnos en esta YPF hoy. Después de.... ¿10 años?
-Diez años clavados. Pero esto tiene que haber sido una mera casualidad. Te propongo algo
-¿A ver con que vas a salir?
-Antes de salir de acá, vamos a borrar todas nuestras redes sociales, cosa que no haya manera de que nos encontremos. Si el destino nos quiere unir, va a tener que esmerarse.
-El destino solo no hace nada, vos lo sabes. Hay que darle una mano.
-Está bien. Ya sé. Es una genialidad. Escuchá esto: Como te dije, borramos todo, no nos pasamos teléfono ni nada. Ponemos este lugar como punto de encuentro. Esta mesa. En algún momento, cuando lo sintamos, vamos a volver acá, y si nos volvemos a encontrar, listo, destino. Y si no, fue una mera casualidad.
-¿Ponemos día y hora?
-¿Vos vas a faltar si sabes que día y a que hora hay que estar acá?
-No.
-Yo tampoco y el destino poco habrá tenido que ver. Sin fecha. Si nos tenemos que cruzar, nos vamos a cruzar.
Se despidieron, sin siquiera tocarse. Temían que no pudieran separarse si eso sucedía. Pasaron los meses y la vida de él francamente era excelente. Una hermosa mujer lo esperaba en casa, una que lo trataba bien y lo amaba con todo su corazón. Un bebe buscado en camino. El único detalle era el fantasma que aparecía en las discusiones con su mujer. Tenía pánico de que en el fragor de la batalla se le escapara el nombre de ella, de su verdadero y único amor. Las discusiones no eran frecuentes, pero absolutamente todas las parejas discuten en algún momento y él tenia que hacer un esfuerzo realmente considerable para no dejarse llevar y decir un nombre que arruinara la relación para siempre.
Cierto día, cuando todo estaba saliendo demasiado perfecto, él volvió a la YPF. Esperó pacientemente que la mesa elegida se desocupara, y luego se sentó, se pidió un cortado en jarrito y esperó. La esperó. La esperó un par de horas. Sentía una mezcla de decepción y de alivio. Después de todo, el destino solo les había puesto una trampa, pero la pudieron evitar. Antes de irse, miró la mesita. Sacó un marcador grueso negro que tenia en su maletín laboral, la dio vuelta y escribió en la parte de abajo de la mesa: "YO SI VINE"
En mayúsculas, como si estuviera enojado, o fuera un reproche. Le agregó su nombre, la fecha, puso la mesa en su lugar, y volvió a su hermosa vida.
Varios años después, volviendo de un asado familiar, pasó por una YPF para cargar nafta. En cuanto se bajó del auto, se dio cuenta que no era cualquier YPF, era ESA YPF. No había vuelto nunca más. Incluso no había vuelto a pensar en ella, ni siquiera en las discusiones con su pareja. La había enterrado en esa mesita. Le dio nostalgia y por un microsegundo le dio miedo imaginarse que su mujer se sentara a tomar algo en esa mesa, pasara algo, la mesa se diera vuelta y que ahí mismo, vea lo que él había escrito años atrás. Era posible que también que ya hubieran cambiado la mesa. Entró al barcito con la excusa de comprar algunas golosinas para el niño, y tratando de disimular todo lo posible, se dirigió a la mesa en cuestión, que por esas cosas de la vida, estaba desocupada. Hizo como si se le hubiera caído algo, como si realmente alguien lo estuviera observando detenidamente, se arrodilló, agarró un marcador de su maletín laboral que siempre llevaba consigo y estaba dispuesto a borrar todas las pruebas de su mensaje cuando leyó, debajo del suyo, uno que decía: "YO TAMBIEN. Y SEPARADA"
Y abajo de eso, figuraba un numero de celular. Conmocionado perdió el equilibrio y se cayó. Tirando también la mesa. Un par de clientes corrieron en su auxilio. Lo levantaron y él estaba como ido. Mirando la mesa y a su familia, y a la mesa y a su familia, en un ping pong interminable.
Volvió en sí, leyó el número una vez más y sintió que todo su cuerpo se encendía. Lo anotó en su celular, dudó un instante y apretó llamar.
Una voz desconocida atendió:
—Hola… soy Ornella. ¿Quién habla?
Él tragó saliva.
—Un… viejo amigo de tu mamá
—Perdón, mi mamá falleció hace dos meses. ¿Quería dejarle algún mensaje?
Él colgó sin responder, dejó unas monedas sobre la mesa y salió de la YPF con la sensación de que el destino había llegado… pero demasiado tarde.
DARIO BESADA
42 AÑOS
10/08/2025
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