Huevos

Apenas se mudó pasó algo entre nosotros. No fue una historia inolvidable de la cual escribirán novelas, ni harán películas. Fue una historia cortita, intensa y que a mi me marcó profundamente. Yo vivo en este edificio hace años, no conozco a ningún vecino, no por ser antisocial, sino porque por algún motivo que desconozco les caigo mal a todos. Tal vez sea porque soy el único que tiene patio y a veces los veo mirándome desde su balcón enrejado, atrapados en su vida, con un gesto de resentimiento que no hice nada para generar. La cuestión es que ella llegó con todas sus cosas y de inmediato me la crucé en el hall. Tenia un millón de cajas y cosas para subir. Di por asumido que se mudaba con su pareja. No se bien porqué, pero puede que sea porque salvo yo, todo el mundo está en pareja. Nos pasamos nuestros teléfonos porque ella aún no me odiaba como el resto y siempre está bueno tener el contacto de algún vecino ante alguna emergencia. Como quien no quiere la cosa empezamos a hablar casi todas las noches y mucho más cuando me enteré que estaba soltera. No recuerdo exactamente en que momento nos involucramos sentimentalmente pero no pasó mucho desde que llegó. Yo estaba encantado, era absolutamente divina y básicamente me la trajeron a la puerta de mi casa. ¿Qué mas podía pedir? Ah, si, podía pedir que sea mutuo. A las pocas semanas, me dejó en claro que lo nuestro no iba más, cosa que me rompió el corazón. Y verla entrar a su casa con diversos hombres no ayudaba. Pero nuestro trato nunca dejó de ser cordial, no había hostilidad, ni resentimiento. Solo vivíamos muy cerca. Yo nunca me resigné a perderla, confiaba que algún día se despertara pensando en mi y me toque el timbre y listo. Era bajar un piso, no es que era un gran esfuerzo. 

Pasaron los meses y nos convertimos en amigos. A veces cenábamos juntos, o me cocinaba algo y me lo bajaba por el balcón, o le llevaba comida, o me pedía que le abra al sodero y le suba el bidón, o que me reciba tal cosa que pedí por internet, no sé, amigos. En unos de esos pedidos, simples, sin complicaciones, comprendí que me seria imposible retomar nuestra historia. Ya no me miraba como esas primeras semanas, yo me desarmaba cada vez que la veía sonreír. Fue entonces cuando un día que yo no estaba en casa, me llamó desesperada. La atendí y me dijo que tuvo una emergencia, que no pudo ir al chino, que recibía gente y le faltaban huevos. Y que si yo tenia, que si por favor, le podía prestar y después me los devolvía.  Yo no estaba en mi casa pero claro que tenia huevos. Creo que es lo único que tengo en la heladera, con algún pote de mermelada y algo de dulce de leche. Le expliqué la situación y le dije que usara la llave que le preste, que bajara y agarrara todos los huevos que considerase necesario. Me agradeció hasta las lágrimas y no volvimos a hablar durante varios días. Cosa que era común, no es que teníamos un trato diario. Hablábamos cuando daba. De la vida, de trabajo, de negocios y casi nada de amores.

Esa escena se repitió en un par de ocasiones con el transcurso de los meses. Ella llamando al borde del llanto, en plena emergencia, necesitando huevos. Y yo, no estando en casa, diciéndole: Bajá y agarrá.

A veces me sentaba en el patio, con una reposera, una mesita improvisada y un vaso de algún licor mientras veía su balcón iluminado, señal inconfundible de que tenía visitas. Con el paso del tiempo y los llamados desesperados empecé a salir menos de casa. Quedando a la espera de un nuevo llamado de emergencia, que me encontrase en casa y que cuando bajase en busca de los huevos, me encuentre a mi y me sonría como en esas primeras semanas. Nunca pasó, el timming para llamarme cuando estaba fuera de mi casa era tan asombroso como sospechoso. Yo sigo comprando huevos, aunque hace meses que soy vegano. No los pienso comer, sólo los compro para que cuando ella los necesite y me necesite, le pueda decir: Bajá y agarrá. 

DARIO BESADA

39 AÑOS

FECHA: 12/08/2022


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