El Cuaderno

Lo encontró cuando volvía a su casa luego de que una banda de malvivientes le hubiese robado y golpeado salvajemente. Estaba ahí, esperándolo, como si algún ser divino lo hubiese dejado olvidado en ese preciso lugar para que justo él lo encontrara. ¡En ese momento! ¡Estando tan vapuleado!. Quizás en otra circunstancia lo hubiese dejado en el mismo lugar donde lo encontró, sin darle mayor importancia pero algo hizo que su vista se fijara específicamente en ese cuaderno, acomodado prolijamente sobre un container de basura. Parecía un anotador tradicional, en la tapa no pudo leer ninguna inscripción. Cuando lo hojeó se encontró con una lista de instrucciones para su uso. Instrucciones. La curiosidad lo atrapó. Según lo que explicaba parecía ser una suerte de cuaderno mágico en el cual uno ponía el nombre y apellido de una persona. Ese individuo fallecía de un ataque cardíaco al pasar un minuto. Demasiado sencillo. Había varias páginas explicando como utilizarlo para muertes más trágicas o que implicasen torturas varias. Se podía ser todo lo sádico que uno quisiera. Ese cuaderno en las manos equivocados haría estragos. Si funcionara, claro.
Se lo llevó a su casa con mucho escepticismo. Ese cuadernucho no podía matar gente así nomas pero le daría una oportunidad de probar su valía. Después de la paliza recibida no veía con muy buenos ojos a la gente que vivía haciéndole daño al resto, si era cuestión de escribir un nombre para terminar con esa amenaza, él lo haría.

Al día siguiente mientras miraba la tele se presentó la ocasión perfecta. Un asesino múltiple y violador acababa de ser declarado inocente en uno de sus tantos juicios. Cornelio no tenía ninguna duda de que ese tipo era culpable de lo que se lo acusaba y de mucho más. No tenía pruebas concretas pero lo intuía y además.... necesitaba una excusa para probar su nuevo juguete en alguien que según su opinión, lo mereciera. Abrió el anotador, agarró una lapicera y se quedó unos segundos con la punta en el papel pensándolo por última vez. Si esto funcionaba se convertiría en un asesino con un poder sin igual. Sin dejar rastros, sin ensuciarse las manos. Un sueño para un asesino en serie. Sin dudas que esto lo cambiaría para mal. Nadie puede manejar tanto poder sin cometer estupideces. Finalmente escribió el nombre del malhechor y se quedó mirando la tele. Lo estaban entrevistando. Según el entrevistado era casi un ángel al que le habían puesto mil trampas. Nadie podía creer ese cuento, parecía que ni se esforzaba en mentir, ya había sido absuelto. Cornelio miraba el reloj con impaciencia e incredulidad. ¿Realmente ese tipo se iba a caer muerto ahí mismo? ¿De la nada? Esto tenía que ser una broma que alguien le había jugado y él había caído completamente. Sin embargo seguía mirando de reojo el reloj. A medida que se acercaba el minuto aumentaba vertiginosamente su ansiedad. ¿Y si caía muerto ahí? ¿Y si realmente tenía el poder de matar a distancia? Pensó en el abanico de posibilidades que eso ofrecía pero seguía desconfiando de que fuera tan sencillo. Alguna trampa tenía que haber. Nada es tan bueno sin consecuencias. Faltaban apenas diez segundos para el momento clave. Por los nervios estaba estrangulando a la pobre lapicera, incluso escucho un crack, como si la hubiese partido al medio. Quedaban cinco segundos, la entrevista estaba por llegar a su fin pero estaba convencido que lo mantendrían al aire un rato más, así que podría verlo en vivo y en directo.

Faltando dos segundos se cortó la luz. Lanzó un grito desgarrador lleno de impotencia e incredulidad. No pudo ver el final de la entrevista, ni el final de la vida del violador. Maldecía su suerte pero no le extrañaba. En su barrio los cortes de luz eran frecuentes y no lo asoció a algún efecto secundario del cuaderno ni nada de eso. Para esa altura la lapicera ya era historia, prácticamente la había deshecho. Observó el cuerpo de esta totalmente mutilada y postergó la catarata de nombres hasta comprobar si el primero había fallecido o no. Porque tenia un montón de nombres para escribir, de asesinos, violadores hasta ladrones de poca monta que saqueaban su querido barrio. Incluso conocidos que lo maltrataron alguna vez. Haría una limpieza radical. Podría ser un paraíso. Su paraíso.

Salió de su departamento en busca de información. Todo el barrio carecía de luz, tendría que recorrer media ciudad pero era de vital importancia corroborar si el cuaderno funcionaba o no. Lo llevaba  consigo. De repente sintió que no estaría seguro si lo dejaba en cualquier lado. Algún idiota podría encontrarlo, anotar su propio nombre y pum. Adiós. Un pensamiento fugaz cruzó su mente. ¿Y si hubiese más cuadernos? ¿Quién era él para encontrarse el único cuaderno capaz de hacer estas cosas? Un don nadie total. No, debería haber más. Tal vez cientos o miles. Empezó a observar a la gente que pasaba a su lado con cierto temor. Podrían intentar robarle el cuaderno o podrían matarlo así, sin más, si tenían uno en su poder. A pesar de sentirse totalmente embriagado de poder, una ráfaga de miedo lo recorrió. Tendría que ser amable con todo el mundo, porque de hecho él tenia pensado matar a sangre fría a cualquiera que le cayese mal. Tenía muchas cosas en que pensar, pero primero lo primero. Llegó a un bar que claramente tenía luz y vio como un tumulto de gente se apiñaba frente al televisor. Luego de empujar y pedir permiso varias veces logró llegar frente a la pantalla que decía: Asesino multiple absuelto cae muerto en plena entrevista

Funciona. Revisó el bolso donde estaba su cuaderno para verificar que aún lo tenía. Si, estaba. Como las otras quince veces que había chequeado en los últimos cinco minutos. Se estaba volviendo paranoico. Cualquiera de esa muchedumbre podía tener un cuaderno. Incluso ese tipo, de anteojos, sentado, tomando un café que lo estaba mirando en ese mismo momento, podría estar anotando su nombre. Tenía que volver rápido a su casa, sin hacer enojar a nadie. Pasar totalmente desapercibido y empezar con la limpieza. Cuando llegó a su departamento ya había vuelto la luz. Había corrido un riesgo ridículamente innecesario por impaciente pero eso no podía esperar. ¿Cómo haces para acostarte a esperar a que vuelva la luz, mientras no sabes si el tipo que escribiste que se tiene que morir, se murió o no? Imposible, hay cosas que hay que saberlas ya. Tomó asiento, sacó el cuaderno y se puso a pensar a quienes podía liquidar. Los primeros quince o veinte se le ocurrieron así nomas, pero quería una limpieza a gran escala. Cuando había llegado a unos dignos cincuenta nombres, se dispuso a escribirlos. Abrió un cajón en busca de una lapicera y no encontró ninguna. Ni un lápiz, ni un marcador, ni un crayón en su caja de juegos de cuando era un niño. Dio vuelta todo el departamento y nada. Se habían evaporado. La lapicera que había destruido era la única con la que contaba y ya no podía utilizarla. Era tardísimo como para salir a comprar una a la librería. Tendría que interactuar con los vecinos. Tocarles el timbre a las tres de la mañana. O bien, podría irse a dormir y dejar la tarea para el día siguiente. Fue directo al departamento de Marina. Ni bien ella se había mudado él había intentado invitarla a salir un par de veces, pero ella lo rechazó civilizadamente. Sin humillarlo, ni creando momentos incómodos en el ascensor ni hall. No merecía morir. Al menos no todavía. Si se negaba a darle un lápiz o a las tres am... sumaría muchos puntos para entrar a ese cuaderno. Los requisitos para ser anotado eran difusos y arbitrarios. Él no los tenía claro, se manejaba por impulsos. Tal vez tendría que haber redactado un reglamento para momentos de confusión, pero sin lapicera se le había complicado.

Tocó su puerta con vehemencia varias veces. Pudo ver como una luz se prendía y unos murmullos de fastidio se filtraban por la cerradura.
Lo vio por la mirilla y le preguntó que quería. El le dijo que necesitaba una lapicera con suma urgencia. Ella desconfió y pensó: "¿Qué clase de maniático te toca la puerta a las tres am en busca de una lapicera?". Tardó en responder. Se notaba que buscaba una excusa coherente por la cual no le pudiera abrir la puerta al vecino a esa hora. "Estoy en camison" no servía, dadas las circunstancias era evidente que el tipo iba a esperar que se vistiese y todo. Luego de varios minutos de dudas, Marina abrió la puerta y lo vio ahí, todo tembloroso, aferrado a ese cuaderno como a la vida misma. Tenía ojeras y si no lo conociese de hace años, hubiese pensado lo peor. Le preguntó para que quería una lapicera a esta hora y Cornelio respondió balbuceando. No había que ser brillante para darse cuenta de que ese tipo tenia cierto trastorno pero sólo le había pedido una lapicera y no la había matado al abrir la puerta. Tal vez fuesen solo ideas de ella y capaz él había tenido un pésimo día. Así que le dio una lapicera y luego cerró todo con llaves, trabas, y cualquier candado que encontró en su casa. Por las dudas. Uno nunca sabe.

Cuando Cornelio volvió a su casa se sentó nuevamente en el escritorio, abrió el cuaderno y se dispuso a soltar un nombre tras otro pero se detuvo antes de empezar. Este era el momento crucial. Cuando dentro de muchos años recuerde sus primeros asesinatos, se acordaría como empezó todo. Tenia que darle un marco... de ritual. No podía sentarse, escribir y ya. Tenía que poner un clima especial. Puso música, apagó las luces y prendió diez velas. No pensó en la cantidad en ese momento, eran las que tenía a mano. Se puso a pensar por qué diez velas. ¿Qué significado tendría? Lo obvio sería una vela por nombre anotado. Esa idea lo fastidió. Eran muy pocos nombres. Tenía pensado al menos cincuenta. Pero solo tenia diez velas. Podría ir a tocarle el timbre a Marina de nuevo, esta vez en busca de velas. No estaba convencido de que ella le fuese abrir la puerta nuevamente. y por la hora ningún otro vecino, con los que tenía nulo trato, les daría velas. Sin contar el hecho de que era un pedido extraño, cualquiera sea la hora, si había luz en el edificio. Tendría que conformarse con anotar diez nombres. Al día siguiente podría modificar el ritual con cincuenta velas. Se le pasó por la cabeza anotar los nombres de sus vecinos, a ver si los nuevos les caían mejor, pero si de la nada, en un edificio se mueren diez personas por un ataque al corazón, la misma noche...  La policía haría demasiadas preguntas. Ni el detective mas brillante podría darse cuenta de lo que pasó, así que la prensa amarilla seguramente llegue a la conclusión de que el edificio está maldito. y ahí... ¿Quien se va a atrever a mudarse?

Anotó diez nombres. Un par de asesinos famosos, politicos corruptos y dejó los últimos tres para saldar cuentas personales. Dos pibes que en su adolescencia lo habían molestado, golpeado. Se le habían reído en la cara. Se lamentó no poder verles la última expresión en el momento exacto en que dejasen este mundo, o que al menos se enterasen quien los había liquidado. Hoy no sabía nada de ellos. Capaz tuviesen esposa , hijos. Capaz se habían reformado, imposible saberlo, para él merecían morir. El mundo estaría mejor sin ellos. El tercer nombre lo dejó para el amor de toda su vida. La chica más popular de todo el colegio, que en realidad no había hecho nada malo, más que despreciarlo cada vez que había intentado cortejarla. Y no habían sido pocas. Incluso una de las ultimas veces, ya superada por la situación, lo humilló delante de todo el colegio. Fue el hazmerreir durante años luego de ese episodio. No podía salir impune de esa afrenta. Escribió su nombre con fuerza, con bronca, como tratando de hacerle daño con la lapicera. Ya tenía los primeros diez nombres. Miró los ejecutados y consideró que había hecho un buen trabajo. Incompleto, pero un buen trabajo de todas maneras. Se fue a dormir y colocó el cuaderno abajo de su almohada. Perder ese cuaderno le costaría la vida, sobretodo porque ahora tenia escrito el nombre de once personas que fallecieron de la nada, de un paro cardíaco. Cualquier persona con dos dedos frente y algo de información, sospecharía.

Lo despertaron las sirenas. El ir y venir de policías y paramédicos. Vivía en una calle tranquila, así que temió lo peor. Lo habían descubierto. No se explicaba como. Debía estar rodeado por toda la policía de la ciudad. En cuanto se asomara por la ventana un centenar de francotiradores lo estarían esperando. Lo vio en mil películas de robos de bancos y esas cosas. Tenía que mantenerse lejos de las ventanas y tapiar las puertas hasta que se le ocurriese como salir de ahí. Aún tenia el cuaderno. Si lograba encontrar en internet una página donde figurasen todos los nombres de los agente de la policía de la ciudad... eran ellos o él. No tenia armas, ni nada como para evitar una redada, en cuanto medio policía entrase por la puerta se iba a tener que rendir o preguntarle amablemente el nombre y anotarlo pacientemente en el cuaderno antes de que lo esposen por el asesinato de once personas en dos días. Esperó lo inevitable, que un equipo tire abajo la puerta y entren con escopetas, rifles, metralletas y granadas. No tenía donde esconderse. ¿Lo habría delatado Marina? ¿Luego de entregarle la lapicera, llamó a la policía diciendo que su vecino tenia un cuaderno mágico y con eso esa noche iba a matar a diez personas? Era imposible, pero no más imposible que tener ahora a todo ese circo en la puerta de su departamento. En eso alguien tocó varias veces su puerta. Era un golpe enérgico que transmitía seguridad y experiencia. Se notaba a la legua que esa mano hacía ese movimiento todo el tiempo. No era como el golpe desorganizado de anoche a la puerta de Marina. Este tipo sabía lo que hacía. Fueron tres golpes y les bastaron para saber que era la policía. Aunque no escuchó el: rindase y salga con las manos en alto.

Al abrir la puerta al borde del desmayo se encontró con dos policías con un anotador cada uno, muy parecidos al suyo, que no tardó nada en verificar que estuviese ahí, en el bolsillo de su campera. Los agentes le hicieron preguntas rutinarias, estaba convencido de que le querían sacar información, para luego utilizarlo en su juicio, así que trató de responder de forma escueta, sin ser demasiado expresivo.  Salió de su ensoñación cuando una de las preguntas era si conocía bien a Marina Zalazar.
Palideció. El amor de toda su vida era Marina Zalazar. Tarde o temprano tendría que confesar. No comprendía como habían llegado a él. Tan rápido. Siempre había pensado que la policía local era una manga de vagos e ineptos, que se dedicaban a comer de arriba en los pobres puestos del barrio, ahora les tendría mucho más respeto. Lo habían atrapado de una manera brillante e impensada. Agarró con fuerza su cuaderno y consideró la posibilidad de empezar a correr hacia algún lado. Saltar sobre los agentes que estaban distraídos anotando cosas sin importancias, inmovilizarlos y luego correr. Correr hacia la libertad. Llevando un cuaderno y una lapicera. Estimó que con algo de suerte podría sacarse de encima estos dos tipos, con alguna maniobra ágil y sorpresiva, pero abajo debía haber un centenar de uniformados. Tal vez hasta gendarmería y porque no, el ejército. Fantaseó con la idea de ser perseguido mano a mano por un tanque. Él corriendo por una plaza, escondiéndose detrás de algunos arbustos y el tanque moviéndose en forma lenta pero implacable. Su lápida podría decir: Asesino en serie. Mató a once personas y fue exterminado por un tanque. No estaba mal.
Volvió a salir de su letargo cuando los agentes le insistieron con la pregunta. De pronto los vio nerviosos. Estaban a nada de pedir refuerzos. Tratando de cortar un silencio que pareció eterno les comentó que era una compañera del colegio, que hacía años que no la veía ni sabia nada de ella. Se miraron sorprendidos y pudo ver como se afanaban en escribir todo en su anotador, palabra por palabra, a una velocidad asombrosa. Seguramente no escribirían todas las palabras completas, debían usar un código complejo para abreviarlas y poder escribir a velocidad oral. El respeto a la placa policial iba en franco aumento.

De pronto el tono del interrogatorio cambió radicalmente. Ya no era cordial y afable. Algo de lo que había dicho sonaba falso pero no podía descifrar qué. Había intentado ser lo más casual posible, estaba seguro que no había ninguna posibilidad de que lo hubiesen fotografiado las veces que la siguió años después de haber terminado el colegio. Solo la miraba de lejos, con un buen disfraz. Era imposible que en una noche hubiesen podido encontrarla muerta y además saber que hacía mil años la había seguido inocentemente cuando iba al gimnasio o a un bar. Pero la palabra imposible ya no le parecía gran cosa. Los tenía ahí, enfrente, preguntándole por ella y desconfiando de todo lo que decía.
Fue entonces cuando tomó la decisión. Saltó sobre ellos, que no se lo esperaban, los tumbó y salió corriendo a tomar el ascensor mientras escuchaba los gritos desesperados de los dos agentes para que lo detuviesen. Tenía que actuar rápido. Se lamentó no haber memorizado sus nombres. Ya estarían muertos y él podría planear un plan de fuga con más tranquilidad. Seguramente por la terraza para evitar las fuerzas de seguridad que rodeaban el edificio. Pero ya era tarde para lamentos, tenía que huir. El ascensor no llegaba nunca, así que fue hacia las escaleras.¿Para arriba o para abajo?
Esta era la decisión más importante. Abajo con seguridad habría mil uniformados. Si arriba había un helicóptero sería su fin. Se demoró un segundo más de lo debido y fue derribado por los dos policías,  visiblemente enojados con la situación. Uno se le sentó arriba mientras lo esposaba, el otro pedía refuerzos.
El shock fue cuando vio pasar por detrás de ellos, una camilla con dos enfermeros, llevando a alguien tapado por una sabana. Lo había visto cien veces pero nunca cara a cara. Alguien había muerto. En ese mismo edificio. Se alarmó al pensar si se le había escapado algún nombre de un vecino pero estaba convencido de que se había resistido a esa tentación. Por las dudas tendría que chequear el cuaderno, pero no delante de ellos. Si estos dos revisaban el cuaderno y veían el nombre de la fallecida con los otros diez nombres, de personas también fallecidas... la persecución no seria sólo con un tanque, sino también con aviones, submarinos y andá a saber que artefacto tecnológico tiene el ejercito hoy por hoy.

Finalmente armó el rompecabezas mientras le leían sus derechos. Una persona muerta en su edificio. Interrogan a los vecinos. Marina Zalazar. Su vecina se debía llamar Marina Zalazar, una coincidencia del destino completamente absurda. Y él sale corriendo, llevándose puesto a los dos agentes. Injustificable. Anoche estaba vivita y coleando, ¿Cómo se murió así nomas?  Justo la noche que había matado a la otra. De pronto dijo para sus adentros un ouch, que seguramente debe haber escuchado toda la ciudad. Maldijo el cuaderno. Ya le parecía que alguna trampa tenía que tener. ¡y vaya si la tenía! No quería aventurarse en una hipótesis, pero cabía la posibilidad remota de que hubiese asesinado a todas las Marina Zalazar. ¿Cómo no se le había ocurrido? No tenía idea de como zafar del interrogatorio. Se había incriminado él solo. De hecho podía acusar paranoia temporal o una de esas cosas hasta que la policía le encontrase el cuaderno, con esos once nombres. Lo dejaron esposado contra una escalera, mientras allanaban su departamento en búsqueda de evidencias. No iban a encontrar nada de nada porque el cuaderno con la lapicera lo tenia en el bolsillo de su campera que esos dos obviaron revisar. Al pasar los minutos y lamentar la muerte de su vecina pensó en los otros nombres. Si había pasado lo que pensaba, la noche anterior había asesinado a miles y miles de personas. Se quedó petrificado ante esa idea. Maldito cuaderno. Lo que más le molestaba era haber caído por esa idiotez de salir corriendo. Porque si a la poli le decía que la conocía, que era una vecina y bla bla, iban a seguir preguntándole a otros vecinos. No se esperaban esta persecución. Como asesino en serie era muy deficiente. Diez no, once nombres. Había extinguido once nombres. Padres, madres, hermanos, hijos, tios, abuelos... Suspiró aliviado de haber implementado a último momento el estúpido ritual de las velas. Hay gente que no está preparada para tener cierto poder. Nadie puede manejar tanto poder sin cometer estupideces. Quería hacer una limpieza radical y cayó en un día. Básicamente se entregó a las autoridades. Pensaba que dirían los diarios. Si, cuando aten todos los cabos sería la burla de todos. El hazmerreir. Una vez más. Incluso cuando sus compañeros de la cárcel se enterasen de los pormenores de su arresto se le iban a burlar eternamente por la seguidilla de estupideces que hizo para que lo atrapasen. Soñaba con una persecución épica, Un tanque, un helicóptero, un avión, o hasta un submarino. El ejercito de varios países reunidos viendo como acabar con este fenómeno que asesina gente con solo saber su nombre. Podría haber sido una leyenda y ahí estaba, esposado contra la escalera de su departamento. Humillación es poco. Haciendo malabares con su cuerpo, logró sacar el cuaderno del bolsillo de la campera y quedó ahí, tirado en el piso, a la vista de cualquiera. Estaba decidido a terminar su misión de limpieza antes de que le encontrasen el cuaderno. Los agentes no tardarían mucho en volver e interrogarlo. Seguramente lo iban a torturar para que les cuente como corno había entrado y salido del departamento de Marina si para entrar  tuvieron que derribar la puerta. Suspiró hondo, abrió el cuaderno, agarró la lapicera que le había prestado su vecina y escribió un nombre. El último, se dijo para sus adentros. El suyo.

DARIO BESADA
18/10/2019
EDAD: 37 AÑOS

Comentarios

Entradas populares de este blog

La apuesta

La parca

Sueños de cuarentena