El Mágico

Goooooool!!!! El Mágico lo había conseguido de nuevo. Saltó más que nadie para impactar esa pelota con un frentazo brutal y colocarla junto al palo. Los espectadores estaban fuera de sí. Se abrazaban, gritaban y bailaban. No sabían que hacer ni como agradecerle a ese muchacho por todo lo que había hecho y estaba haciendo por su humilde club.

Los hinchas lo idolatraban. Era ese tipo de fanatismo irracional, que cuando intentas explicárselo a alguien, no tiene lógica ni sentido. Lo amaban. Había puesto el 1-1 luego de un tiro de esquina. Se había elevado como un dios. Incluso para algunos de los fanáticos más radicales había levitado, o flotado, o algo de eso. Si, no podía ser, pero lo juraban y lo juraban. Saltó, flotó, esperó que le llegue la bocha y cabeceó lejos del arquero. Esa pasión no admitía discusión alguna.

El partido ahora estaba 1-1, aún les faltaba un gol para lograr el ansiado campeonato. Sería algo histórico. Un club de barrio, como Yapeyú, peleando, mano a mano, contra los poderosos. Y sólo gracias a él. El pequeño club no tenía infraestructura ni un presupuesto rimbombante como para traer las estrellas consagradas que tenían los rivales. Pero lo tenía al Mágico. Y eso quizás equilibraba la balanza.

Los clubes europeos lo habían venido a buscar cientos de veces, ofreciéndole fortunas para que abandonase la comodidad de su pueblito, y se mudase a las grandes ligas, pero no había manera. Su mayor anhelo era el campeonato, con su pueblo, con sus amigos, con su gente. Todo el mundo del fútbol estaba pendiente de esa final, porque si Yapeyú lograba la hazaña, el Mágico seguramente seria transferido a Europa por un dineral.

Faltaban sólo 2 minutos. El sueño se le escurría de las manos. Los rivales eran mejores en todas las lineas, solo una genialidad con su sello podría lograr el milagro.

En eso, recibió la pelota en mitad de cancha. El público en silencio absoluto se puso de pie. Sabían lo que vendría. Lo había hecho cientos de veces. No deberían haberlo dejado recibir la pelota. Solo. En mitad de cancha. Grueso error. Sabían que correría, más rápido que nunca, dejaría en el suelo a todo rival que se le interpusiese con alguna gambeta improvisada. No era lujoso, era efectivo. De alguna manera los pasaba.

Y arrancó. Al trote, como midiendo los rivales que se le acercaban. No podía confiar en sus compañeros esta vez. Era demasiado importante. Y sus compañeros, que eran sus amigos de toda la vida, eran bastante limitados. Vio como se le acercaban de a pares. Porque de a uno era un regalo. Cuando la primer pareja de adversarios lo intentó frenar, realizó una de esas gambetas indescifrables, y los pasó casi sin despeinarse.

Ahí fue cuando aceleró. Como si estuviese esperando para ver el final de la película, se dedicó a dejar tipos desparramados por el piso. Confundidos, sin saber como demonios ese muchacho desgarbado los había birlado tan fácilmente.

El público seguía en absoluto silencio, casi sin respirar, mirando fijamente al diez que movía la pelota de un lado para otro y se escapaba hábilmente de sus perseguidores.

Cuando entró al área, demoró un segundo en ver donde estaba el arquero. Solo tenia que ubicarla lejos de su alcance y finalmente lograrían el campeonato. No iban a tener tiempo de remontar ese resultado. Era el gol y el título.

Ese segundo fue letal. Nadie supo realmente cuantos rivales le cayeron encima. Sólo se vio al arbitro cobrando un penal clarísimo, y sacando tres o cuatro tarjetas rojas.

Lo habían demolido entre varios. Se lamentó por ese segundo de más, pero aun tenía el penal. Era el gol y el título. El arbitro avisó que pateaba el penal y se terminaba.

El Mágico nunca había errado un penal. Pateó mas de 50, con idéntico resultado. Gol. Así que se acomodó, como siempre. Con la certeza de que era un penal más. Que lograría engañar al arquero. Los hinchas ya no querían mirar. Era demasiada tensión. Muchos nervios. Algunos le dieron la espalda al terreno de juego al grito de: No lo puedo ver, avisenme si entra.

Antes de que el arbitro diese la orden, el arquero se puso de cuclillas y sacó un papel de sus medias. Luego se puso de pie, lo miró, como leyendo importantes instrucciones, asintió, hizo un bollo con éste y lo tiró.

De pronto un murmullo. En la tribuna estaban diciendo que el arquero había leído donde iba a patear el penal. Se lo iba a atajar.  Por primera vez, se lo iban a atajar. El Mágico estaba paralizado. Aún no había decidido donde lo iba a patear, ¿Pero el arquero ya lo sabía?

Se miraron fijamente. El guardameta asintió efusivamente con la cabeza, como diciendo: Estoy listo, y sé para donde vas a patear.

O eso se imaginó El Mágico. Le temblaban las piernas, como nunca le había sucedido. ¿Será posible? ¿Vio todos mis penales?

El arbitro dio la orden y... No pasó nada. El diez estaba paralizado, convulsionado. Pensó seriamente en cederle el penal a alguno de sus compañeros. Ya no tenía la certeza de que lo convertiría. Era un mar de dudas.

El arbitro insistió y dio la orden de nuevo. El jugador tomó una decisión y pateó el penal. Fuerte, a su izquierda. Abajo y esquinada. Nunca pudo entender como fue que el arquero logró manotear la pelota para alejarla del arco.

Quedó de cuclillas, en el césped, mientras los rivales alzaban al héroe. Estaba devastado. Otro año perdido. Y había estado ahí nomas. A un penal de distancia. Seguía lamentándose cuando por esas jugarretas del destino el bollo de papel quedó al alcance de su mano. ¿Qué carajo diría? ¿Cómo puede ser?

Lo agarró, lo abrió y lo leyó. En el papel se leía una sola palabra: Atajala.

DARIO BESADA
27/06/2018
35 AÑOS




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