La ciudad de los dados
El magnate que todo lo tenía se enteró de que, en una ciudad lejana y misteriosa, alguien estaba vendiendo aquello que más deseaba en el mundo. Tenía mansiones abarrotadas de tesoros exóticos, colecciones únicas que no cabían ni en sus recuerdos. Solo le faltaba una cosa. El viaje era complejo. Algunos aseguraban que la ciudad no existía. Otros decían que era una trampa para locos y codiciosos. Pero él eligió creer. Y buscó un guía. Encontró a un muchacho de reputación dudosa que juraba poder llevarlo. Eso sí: tenía exigencias extrañas. —Yo lo puedo llevar, míster. —Estupendo, salgamos cuanto antes. —No tan rápido, don. Depende de usted si vamos o no. —¿Qué tengo que hacer? —Tirar este dado. Si sale 1, 2, 3, 4 o 5, vamos. —¿Y si sale 6? —No puede salir 6. Tire, con mucho cuidado. El magnate lanzó el dado. Salió dos. Subieron al avión. Doce horas después —que parecieron cincuenta— sobrevolaban un territorio sin pistas de aterrizaje. —Tire el dado —dijo el joven, sacando un paracaíd...