Entradas

La ciudad de los dados

 El magnate que todo lo tenía se enteró de que, en una ciudad lejana y misteriosa, alguien estaba vendiendo aquello que más deseaba en el mundo. Tenía mansiones abarrotadas de tesoros exóticos, colecciones únicas que no cabían ni en sus recuerdos. Solo le faltaba una cosa. El viaje era complejo. Algunos aseguraban que la ciudad no existía. Otros decían que era una trampa para locos y codiciosos. Pero él eligió creer. Y buscó un guía. Encontró a un muchacho de reputación dudosa que juraba poder llevarlo. Eso sí: tenía exigencias extrañas. —Yo lo puedo llevar, míster. —Estupendo, salgamos cuanto antes. —No tan rápido, don. Depende de usted si vamos o no. —¿Qué tengo que hacer? —Tirar este dado. Si sale 1, 2, 3, 4 o 5, vamos. —¿Y si sale 6? —No puede salir 6. Tire, con mucho cuidado. El magnate lanzó el dado. Salió dos. Subieron al avión. Doce horas después —que parecieron cincuenta— sobrevolaban un territorio sin pistas de aterrizaje. —Tire el dado —dijo el joven, sacando un paracaíd...

La frase

Me desperté después de una noche soñada. Ella dormía desnuda a mi lado. Hasta dormida era hermosa. Era un montón. Mi montón. No me resistí a llenarla de besos por todo el cuerpo, hasta que se despertó refunfuñando. Me acerqué a su cara, le besé los labios, le dije la frase y me levanté para preparar el desayuno. A mitad de camino me cayó la ficha. Ah, pero soy un boludo. ¿Cómo le voy a decir eso? La voy a espantar. No es que no lo sienta, pero… es muy pronto. Ella debe tener otro ritmo. Esa frase abre puertas. Pensamientos. Expectativas. Y nosotros estábamos tan bien, en ese equilibrio mágico. ¿Por qué arruinarlo? Es que no lo pensé. Me salió con una naturalidad que asusta. Como si se lo hubiera dicho mil veces antes. Capaz no lo escuchó. Estaba medio dormida. ¿Y si lo escuchó? No dijo nada. ¿Eso es una respuesta? ¿Me voy a convertir en eso? La puta madre! ¿En alguien que analiza cada silencio? Si lo escuchó, ya no hay marcha atrás. Es como lanzarse desde una montaña: puede ser un salt...

El pitufo africano

Imagen
Entré a la exposición y ahí estaba: la estatua del pitufo. Inmensa. Tardaron años en poder exhibirla porque algunos alarmistas decían que estaba maldita. La habían encontrado en una excavación en África, junto a tumbas de faraones. Los arqueólogos se quedaron de piedra: esperaban momias, sarcófagos, tal vez un gato disecado. Pero no. Un pitufo gigante. Se permitía sacar fotos con la estatua, pero no más de dos por persona y sin flash. Otro rumor decía que el flash podía despertar al espíritu que dormía dentro del pitufo. Una incoherencia brutal. Pero bueno… ya era bastante incoherente encontrar un pitufo en una tumba egipcia. Había otras cosas en esa sala, pero ninguna llamaba tanto la atención. El pitufo africano, así lo llamaban, estaba hecho de un material desconocido. Nadie sabía qué era. Y menos aún quién lo había tallado. Ni cómo. Ni por qué. Me acerqué para tocarlo. Quería sentir su textura, aunque estuviera prohibido. Al posar las manos sobre su hombro, un tornillo se desprendi...

La cena está servida

Imagen
Colgó el hacha y su esposa le preguntó cuántos jabalíes había cazado. Él rezongó y, sin decir ni media palabra, entró a la habitación y se tiró a dormir, así como estaba, con toda la ropa de caza puesta. La mujer agarró el hacha y salió al bosque, otra vez. Hacía varias semanas que su marido no cazaba ni un gusano. Antes traía alimentos para una legión, pero desde la noche trágica —donde un par de jirafas se aliaron con dos zorrinos y lo habían perseguido y humillado— había perdido el instinto, o la suerte, o el coraje... o vaya uno a saber qué le pasaba por la cabeza, ya que apenas hablaba. A las pocas horas, ella apareció cargando un oso. Lo trozó como una experta en la materia y al ratito llamó al marido para cenar. Él se despertó con el aroma de la comida. Salió del dormitorio y, al ver la mesa preparada y el hacha llena de sangre colgada en su lugar, dijo un par de palabras inentendibles y se fue de la cabaña. Pasaron las horas y, al ver que él no volvía, ella salió en su búsqueda...

El mundial

Imagen
 Leí el cartel y grité de la emoción: Campeonato nacional de avioncitos de papel. No era un torneo más. Estaban buscando el mejor a nivel mundial. El que ganaba, pasaba a las eliminatorias sudamericanas y luego al mundial donde finalmente podría enfrentar a los más capos en la materia. En mi grupo de amigos era por mucho, el mejor. Hacia años que no perdia una competencia de aviones de papel. Incluso me pasé varias tardes dando clases de construcción de avioncitos a niños adinerados. No era para presumir, pero era una eminencia. Hay gente que tiene talentos más útiles, yo era bueno en solo una cosa y resultaba que a un patrocinador se le ocurrió hacer un mundial!. El premio me decepcionó un poco. Esperaba que al ganador les correspondan varios millones de dólares, pero el patrocinador venía del palo de las golosinas. El gran premio era una dotación vitalicia de chocolates, en todas su formas. Yo era alérgico, desde ya. Alérgico a casi todo bah, pero en especial al chocolate en rama...

El caso Le Mans

Imagen
La función comenzaba a las 20:00 en punto, y la fama de la orquesta era clara: puntuales hasta la obsesión. Tanto para tocar como para el público. El que llegaba tarde, simplemente se perdía el espectáculo. Lo que nadie había previsto era el viejo ascensor del teatro municipal. No es que no funcionara. Funcionaba, sí. Pero sólo cuando se le antojaba. Era de lo más caprichoso. Lo revisaban cada mes, y siempre salía airoso. Certificados en regla. Mantenimiento ejemplar. Pero cuando alguien estaba realmente apurado, el bendito ascensor decidía no moverse. Era como si pudiera oler el apuro. Eso fue lo que le sucedió a la Orquesta de Le Mans en su primera función en el pueblo. Todos los músicos —cuarenta en total, con sus instrumentos al hombro y trajes impecables— quedaron atrapados dentro del ascensor. Apilados como sardinas, algunos ya con visibles problemas para respirar. Los gritos no tardaron en llegar. El conserje del teatro, un hombre curtido por años de rarezas edilicias, les había...