Lo que no debía besar

 


Le besé la mano y un olor nauseabundo me provocó una arcada inmediata. No era que estuviera sucia: era como si se hubiera ensuciado a propósito para la ocasión. Tenía una textura indefinida, un color imposible y un aroma capaz de tumbar a cualquiera. Si existiera un museo de manos que no deberían haber existido, esa sería la atracción principal.

Para colmo, era grotesca, deforme, espantosa. Yo no podía entender cómo alguien con semejante esperpento podía ser el capo de la mafia.

Fui imprudente, lo admito. Ni sospechaba que ella era su única hija. Y claro: en ella no había ni rastro de la maldita mano. No era hereditario. Si lo hubiera sido, yo no estaría ahora en esta situación.

Los gorilas que escoltaban al capo me levantaron y me colocaron otra vez en posición para jurarle pleitesía eterna. Era eso o la muerte. Un don nadie como yo había deshonrado a su especie. Su hija estaba reservada para un rey o algún presidente de una potencia mundial, no para un tipo como yo, que le pone agua al shampoo para que dure un poco más.

Simplemente no podía besar esa mano sin vomitar, y vomité. No recuerdo qué había almorzado, pero los colores que salieron quedaron grabados en la alfombra.

Al capo no le causó mucha gracia. Hizo un gesto con su mano buena, la humana, pasándosela por el cuello. Entendí que había dado la orden.

El gorila albino tomó un mazo y, cuando estaba a punto de desprenderme la cabeza del cuerpo, ella entró de improviso a la habitación:

—¡Qué bueno que estén todos acá! Estoy embarazada. ¿Nos casamos, no?


El capo miró al cielo, lamentándose y puteando en un idioma imaginario. Respiró hondo y contestó:

—Qué casualidad. Justo me estaba pidiendo tu mano.

—¿Quién? —preguntó ella.

—¿Cómo que quién? Este buen muchacho —dijo el capo señalándome—. Debe ser de buena familia, ¿no?

—No, no. Ese es un don nadie de una noche. Yo me refiero a él.


Y corrió a los brazos del gorila albino, que la besó apasionadamente.

La mano del capo empezó a latir y parecía que iba a explotar. Yo agarré el mazo y salí de la habitación muy lentamente, antes de que se desatara el previsible caos.

Un don nadie, sí.

Pero un don nadie vivo.


DARIO BESADA

EDAD: 43 AÑOS

22/11/2025

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