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Mostrando entradas de julio, 2025

Un demonio creativo

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  Entré a la habitación y vi al pobre tipo golpeándose la cabeza contra la mesa, lentamente, como siguiendo el ritmo de alguna canción que desconozco. Otra vez era Él. -Así que te estabas escondiendo acá ¿eh? -Ah, pero que susto la puta madre. ¿No podrías haber golpeado la puerta como cualquier persona civilizada? -Vos no fuiste muy civilizado en nuestro último encuentro -Pero ese cuarto quedó de lujo con ese rojo brillante, admitilo -Están viendo de demoler todo el hotel, el olor que dejaste no se va con nada -Una de mis mejores obras, si -¿Porque elegiste a este pelagatos ahora? -No es un pelagatos desde que tomé posesión. -¿A que te referís? -Mirá los planos de lo que está haciendo -Ummmm, esto es imposible -Es lo que le vengo diciendo. Pero el muy terco está obsesionado con hacer el pony más grande de la historia con algún material que dure toda la eternidad - ¿Y porqué no hacer un caballo? -Tiene sus motivos. Cuando era chico se cayó de un caballo y dice que un pony milagroso ...

La capa de Pedro

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  Era una fiesta rara. De esas que organiza la gente con demasiado dinero y aún más aburrimiento. Convocaron a personajes de los rincones más insólitos del mundo. Todos recibieron su cuantioso cachet por adelantado. No era en un salón ni en un yate lujoso. Habían comprado una isla exclusivamente para hacer la fiesta del siglo. También habían invertido lo necesario para que ninguna autoridad arruinara el evento. En la isla montaron una especie de feria bizarra con tiendas temáticas. Un delirio. Pedro no tenía idea de por qué le había llegado una invitación, pero aceptó sin dudar. Todos hablaban del evento: noticieros, redes, incluso su grupo de vecinos del barrio. Era imposible decir que no. Se puso su disfraz de Superman. No decía nada en la invitación sobre ir disfrazado, pero Pedro no perdía oportunidad de lucir su capa fosforescente: una reliquia familiar que más de un coleccionista había querido comprarle. Esa capa llamaba la atención en cualquier parte, y él estaba convencido ...

El ladronzuelo de mala muerte

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Pinki hizo el ruido de siempre y me arrojé atrás del mostrador. Los guardias entraron a mi taberna buscándome. Una vez más. No sabían que esa era mi taberna, pero estaban peinando todo el reino para cazarme. El rey le había puesto precio a mi cabeza. Y no era cualquier precio. Todo aldeano se veía tentado a entregarme. Era un dineral.  Todo empezó en una de mis inspecciones nocturnas, cuando me infiltré en el castillo de Su Majestad y me hice con ciertos documentos que lo ponen en graves aprietos. Él nunca se hubiera dado cuenta si yo no lo hubiera despertado en la madrugada para comprobar mi hallazgo. Es que era algo escandaloso. El rey, el supuesto enviado por los dioses para guiarnos en este camino, con toda su sabiduría a cuestas era un lisiado. Bah, no es que estaba impedido realmente. Le faltaba un dedo del pie. Deforme. ¿Qué clase de enviado de dios es deforme? Si el pueblo se enterara, la turba iracunda se rebelaría y prendería fuego a toda la familia real. Ningún rey defor...

La ciudad de los dados

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  El magnate que todo lo tenía se enteró de que, en una ciudad lejana y misteriosa, alguien estaba vendiendo aquello que más deseaba en el mundo. Tenía mansiones abarrotadas de tesoros exóticos, colecciones únicas que no cabían ni en sus recuerdos. Solo le faltaba una cosa. El viaje era complejo. Algunos aseguraban que la ciudad no existía. Otros decían que era una trampa para locos y codiciosos. Pero él eligió creer. Y buscó un guía. Encontró a un muchacho de reputación dudosa que juraba poder llevarlo. Eso sí: tenía exigencias extrañas. —Yo lo puedo llevar, míster. —Estupendo, salgamos cuanto antes. —No tan rápido, don. Depende de usted si vamos o no. —¿Qué tengo que hacer? —Tirar este dado. Si sale 1, 2, 3, 4 o 5, vamos. —¿Y si sale 6? —No puede salir 6. Tire, con mucho cuidado. El magnate lanzó el dado. Salió dos. Subieron al avión. Doce horas después —que parecieron cincuenta— sobrevolaban un territorio sin pistas de aterrizaje. —Tire el dado —dijo el joven, sacando un paracaí...

La frase

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Me desperté después de una noche soñada. Ella dormía desnuda a mi lado. Hasta dormida era hermosa. Era un montón. Mi montón. No me resistí a llenarla de besos por todo el cuerpo, hasta que se despertó refunfuñando. Me acerqué a su cara, le besé los labios, le dije la frase y me levanté para preparar el desayuno. A mitad de camino me cayó la ficha. Ah, pero soy un boludo. ¿Cómo le voy a decir eso? La voy a espantar. No es que no lo sienta, pero… es muy pronto. Ella debe tener otro ritmo. Esa frase abre puertas. Pensamientos. Expectativas. Y nosotros estábamos tan bien, en ese equilibrio mágico. ¿Por qué arruinarlo? Es que no lo pensé. Me salió con una naturalidad que asusta. Como si se lo hubiera dicho mil veces antes. Capaz no lo escuchó. Estaba medio dormida. ¿Y si lo escuchó? No dijo nada. ¿Eso es una respuesta? ¿Me voy a convertir en eso? La puta madre! ¿En alguien que analiza cada silencio? Si lo escuchó, ya no hay marcha atrás. Es como lanzarse desde una montaña: puede ser un salt...