Insultos que importan

El arquero había venido de afuera, de Colombia más precisamente, para ocupar el inmenso arco de Boca. No tenía grandes pergaminos, pero lo había recomendado una leyenda del club, y eso le allanó el camino. Los hinchas hubiesen preferido a alguien consagrado, con títulos encima y años de experiencia bajo los tres palos, no un X total que, encima, usaba un valioso cupo de extranjero.

El debut fue caótico. Un error suyo desembocó en la derrota del equipo. Los hinchas, con nula paciencia, no tardaron en abuchearlo.

Tardó un par de partidos en demostrar por qué lo habían traído. Una vez afianzado, fue una auténtica muralla. Se convirtió en el mejor arquero del continente y ganó todos los premios que le pasaban cerca. Además, contribuyó en los éxitos del club durante su estancia, obteniendo torneos locales y copas internacionales. Había ganado absolutamente todo lo que se podía ganar.

Pero no todo era color de rosas: algunos hinchas lo seguían insultando todos los partidos.

—¡Ponete las manos, Colombia!

—¡Mi abuela tiene más reflejos!

—¡No estás jugando al quemado, agarrá alguna, muerto!

Incluso sus compañeros estaban sorprendidos por la severidad con que lo trataban, a pesar de que ya se había convertido en una auténtica estrella.

Todos los partidos, más allá del resultado, el colombiano era lapidado por los hinchas, especialmente por uno, que claramente lo tenía como el culpable de todos los problemas de Boca.

Cierta noche, luego de un ajustado triunfo y otra memorable actuación del arquero, este se encontró en el estacionamiento con el hincha que tanto lo insultaba. Aprovechó la ocasión y lo encaró.


—¿Por qué me insultás todos los partidos? Hace como dos años que no cometo un error fulero y, encima, venimos ganando todo.


—No sé si debería decirte esto...


—¿Decirme qué? Estoy harto de levantar la vista y verte puteándome los 90 minutos. Encima ahora estoy atajando bien. No es justo.


—En el primer partido te comiste un gol muy boludo, ¿te acordás?


—Sí, pero después de eso, ¡nunca más!


—Y yo te puteé de arriba a abajo. Y resulta que, después de eso, no perdimos más... Y la cábala quedó.


—¿Cómo? No entendí.


—La cábala es putearte. Juegues como juegues, si tengo que putearte hasta quedarme sin garganta para que gane Boca, pues te voy a putear con el alma.


—Jodeme que creés en esas boludeces.


—¿Hace cuánto que te puteo y hace cuánto que no perdemos?


El hincha se despidió sin siquiera pedirle perdón por todos los insultos que le había dedicado en los últimos años.

El domingo siguiente, el arquero tuvo quizás la mejor actuación de su carrera. Incluso atajó un penal. Luego de desviar la pelota al córner y festejar con sus compañeros, instintivamente buscó con la mirada al hincha. Lo encontró fuera de sí, puteándolo como nunca. Sin embargo, pudo ver cómo se le dibujaba una pequeña sonrisa en la cara, aunque nunca dejó de insultarlo.

El arquero no creía mucho en esas cábalas, pero ese domingo, como hacía ya casi dos años, volvieron a ganar. Cuando terminó el partido, se acercó a la tribuna, miró al hincha y le sonrió. El hincha, sin dudarlo, le respondió con un insulto.


DARIO BESADA

05/02/2025

42 AÑOS


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