Un cuento de amor

 Faltan tres días para el evento y todavía no pude escribir el cuento donde le voy a hacer notar clara e inequívocamente lo que siento por ella. Me consumen los nervios. No sé cual puede llegar a su reacción, tampoco sé si alguien más va a notar quien es la destinataria de todo ese arsenal de cursilerías que pienso escribir en las próximas 72hs. Hace unos días, le mandé un ramo de flores a la casa, en forma anónima. Por desgracia ella se lo atribuyó a otro tipo, que para mi indignación reclamó el gesto como si fuese suyo.

Tiene que ser un cuento brillante y brutal. El objetivo es lograr que ella, luego de leerlo reiteradas veces, no me pueda sacar de su cabeza. Esa es la única meta que persigo. Hoy por hoy, soy un cero a la izquierda, me sorprendería si supiera mi apellido. Cuando vi que se había anotado en este evento del club de escritura y lectura, no dudé ni un segundo en poner mi nombre, tal vez sea la única oportunidad de que me registre. Conocerla alteró mi vida radicalmente. Yo estaba en pareja y negaba de cuajo lo que me pasaba cuando la veía: Que no, que no pasa nada, que no pienso tanto en ella, que no exageremos. 

Me acuerdo como si fuese hoy mismo, cuando no tuve más remedio que asumir que estaba perdidamente enamorado de ella. Estábamos en una cena con mi pareja y unos amigos. Hacia unos ocho o diez meses que estaba saliendo con esta chica, y la relación no sobrevivió a esa cena. Eran amigos míos, un terreno poco peligroso pero de haber sabido el riesgo que implicaba, la hubiese cancelado. Todo seguía su rumbo hasta que uno de mis amigos le preguntó a mi pareja si tenía hermanos. Una pregunta banal, muy poco profunda y para nada polémica. Para mi se detuvo el tiempo en ese momento. Un rayo de luz me atravesó y me hizo ver algo que estaba negando hacia tiempo: Yo no sabía esa respuesta. Y la debería haber sabido. Simplemente no me acordaba. Estoy seguro que me lo habrá dicho varias veces, con nombres, edades, profesiones. No me acordaba nada. Nada de nada. Esa pregunta superficial detonó la bomba que estaba tratando de ocultar. No sabía la respuesta porque no me importaba. Si esa misma pregunta se la hubiesen hecho a la destinataria del cuento que tengo que escribir, yo me sabría todas las respuestas. Hermanos, edades, profesiones, hobby, lo que sea. Sé todo y recuerdo todo porque me importa. Y no era consciente de ese detalle hasta la pregunta de mi amigo. De hecho ni siquiera escuché la respuesta. Lo único que me preocupaba en ese momento era como decirle que se había terminado si hacia media hora le había dicho que la amaba. ¿Tenia que esperar al día siguiente? ¿Si esa noche pretendía intimidad como tendría que actuar? No estaba preparado para la confrontación. No sabía como responder las cataratas de preguntas que me iba a hacer. Si pretendía verdad tendría que decirle: No te amo, amo a otra. Cruel y expeditivo. 

Tardé un par de semanas en terminar ese vinculo con el mayor tacto posible y una vez liberado empecé este proceso poco fructífero de que la chica me note. Mis intentos fueron ambiguos e intermitentes. Un cuento lo puede cambiar todo. Que de la nada me vea interesante, profundo, con cosas para decir, pensante, no sé, lo que sea que necesite para notarme. Tenía que encontrar algo nuestro. Un código que solo nosotros podamos descifrar. Esa era la clave de este cortejo. Algo que ella vea o escuche e inmediatamente piense en mi. De pronto lo recordé. Era un detalle pero suficiente como para intentarlo. Escribí el cuento basándome en ese pequeño detalle, en esa pequeña e insulsa frase que alguna vez utilicé y por algún capricho del universo, ella recuerda. Todo el cuento era una declaración abierta de amor incondicional, un conjunto de cursilerías con una clara destinataria a mi parecer.

Llegó el día y había muchas más personas de las que yo hubiese deseado. Eran casi veinte, cada uno con un texto para leer, pero estaba ella y eso ya valía pena. Decidí ser el último en leer, a riesgo de que todos se hayan aburrido con anterioridad, pero con el posible beneficio de que mi cuento sea lo último que ella escuche y tenga tiempo de pensar. El cuento de ella no fue la gran cosa, era casi un poema, hablaba del clima, de los arboles, del pasto, de las flores, un embole para mi. Cuando llegó mi turno, cometí una imprudencia, posiblemente desbordado por los nervios y las expectativas. Dije ,en voz alta, que ese cuento estaba dedicado a alguien y recorrí con la mirada los casi cuarenta ojos y me detuve en los de ella. No se porqué, pero se sonrojó. Procedí a leer mi cuento, de forma clara y poniéndole toda la emoción que pude, para que no sea uno más. En el momento de la frase que nos unía, levanté la mirada buscando sus ojos y la encontré abstraída, con la cabeza gacha y ojos cerrados, tratando de imaginarse toda la escena de lo que yo estaba contando. Cuando llegué al final y ese desenlace era historia, volví  a levantar la mirada y me encontré con sus ojos, notándome, por primera vez.


DARIO BESADA

22/09/2023

EDAD : 41 AÑOS

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