Coqueteo semanal

Entré a la agencia de lotería y la vi. No era la primera vez. Hacía años que iba a ese lugar un par de veces por semana. Era una mujer bonita pero siempre me dio la impresión de que estaba casada y con muchos hijos. No sé, nunca cruzamos más de dos palabras: Hola, ¿Me la repetís? si, sale tanto, dale, gracias. buen finde. Y eso fue todo durante varios años. Al tener esa imagen, de mujer comprometida, uno no quiere ser el "rompehogares", aunque... ¿Quién tiene ese poder? Siempre me maravilló el talento que tienen ciertas personas de entrar a determinado lugar, que podría ser un bar, restaurante, café o similares y ante el primer encuentro con una persona poder generarle tal interés como para que quiera mantener o iniciar un contacto. Un superpoder muy útil que no poseo. Yo creo que podría generar eso, pero no en un primer encuentro. Sería más por cansancio, como diciendo: bueno, después de todo es copado. Pensé empezar a frecuentar algún bar como para iniciar todo ese proceso pero al ser tan poco natural, tan autoimpuesto, no iba a funcionar. Tenía que ser algo que ya estuviese dentro de mi rutina y fue entonces cuando la vi. De un día para el otro, como quien no quiere la cosa, le empecé a hacer comentarios completamente inofensivos, como por ejemplo:

Ella: Hola, ¿Cómo estas?

Yo: Decime vos, ¿Gané algo?

Ella: Dejame ver.... No no.

Yo: Peeeeero. ¡Que mujer negativa!

Ella: No es mi culpa.

Yo: Solo tenes que hacer que salgan estos seis numeritos. No me importa el orden, mové tus hilos en las altas esferas de la lotería y....

Ella: ¿Y....?

Yo: Ya veremos.

Y así empezamos a intercambiar comentarios unas dos veces por semanas. Era divertido y completamente inofensivo, después de todo ella podía estar en pareja. Digo ella porque aún no tenia ni puta idea de como se llamaba. Fueron pasando las semanas y pude percibir que ambos estábamos cómodos en ese ida y vuelta que no llevaba a ningún lado. En uno de esas charlas se me escapó que estaba por escribir un libro y que necesitaba ganar el Quini para poder editarlo, ella rió y me preguntó si realmente escribía. En ese momento no me di cuenta de la puerta que había abierto. Éramos dos completos extraños, yo solo sabía que de Lunes a Viernes en tal horario ella trabajaba ahí, ella sabía que dos veces por semana yo iba a comprar una boleta del Quini. Eso era todo, pero no, el tipo era un bocón y tenia que romper ese equilibrio. Le dije que si y me despedí con promesa de llevarle un par de cuentos para que los leyera. ¿En que estaba pensando? Ahora tenía que escoger entre todos mis cuentos, uno o dos que estuvieran relativamente buenos. Tres ya sería un exceso total. Dos era el número indicado. Pero... ¿Cuales? y... ¿Sobre qué? ¿Humor, amor, desamor, tristeza, soledad, optimismo?. Me pasé todo el día releyendo mis cuentos hasta que los seleccioné. Esto era una idiotez, podían no gustarle y romper este pseudo idilio. Pero bueno, había abierto esa puerta de par en par y tenia que averiguar que había del otro lado. 

A la semana siguiente, le llevé los cuentos impresos. Al final de la página le puse mi nombre y apellido, como diciendo: Yo soy este, basta de anonimatos. Cuando regresé a casa tenia unos nervios que volaba. ¿Con qué cara iría en unos días a enfrentarla? Los nervios y la vergüenza me jugaron una mala pasada y evité casi conscientemente el próximo encuentro. Me auto inventé excusas para no ir a la lotería esa semana. 

Tenía que lidiar con la posibilidad de que detestara mis cuentos y no sería la única en realidad. Hay gente que los ama y otros que los aborrecen. Puedo vivir con eso, a mi me gustan y ya. Me fascina la idea de que a alguien, aunque sea solo una persona en este mundo, mis cuentos le divierten. Llegué a la lotería y ella me recibió con una sonrisa, abrió un cajón y sacó mis cuentos. Me dijo que uno le había gustado. Uno. Un 50% más de lo que yo esperaba. Me dijo que no solía leer, que se aburría, pero que si eran cortitos le gustaba. Entonces comprendí que se estaba justificando porque le incomodaba no poder decir que le gustaron los dos cuando no era así. Como que estaba eligiendo las palabras para que el receptor, o sea yo, no se tome a mal sus comentarios. 

En general, en ese lugar pulula mucha gente. Mucha en serio. En algunas ocasiones me encontré con más de diez personas de diversas edades dentro. Siempre hay alguien más y uno no puede ponerse a hablar con la mujer que atiende y menos que menos intentar seducirla. Ese día estábamos solos. No se cuanto tiempo hablamos pero para mi fue una eternidad. No entendía porque no entraba nadie, pero aproveché la situación y la animé a hablar de ella. Un comentario me dio a entender que estaba soltera. Y no fue sin querer, al menos eso entendí yo. Me dijo, textualmente: Yo estoy en Tinder. Ahí tengo fotos donde estoy más... producida. Mas linda, bah

Mi respuesta inmediata fue: ¿De qué hablas? Si así estas preciosa. Pero no, claro que no se lo dije. No tenía confianza. ¡No le iba a decir eso! Solo asentí y dije: Claro

Ahora ella había abierto una puerta in-men-sa. Yo tenía que pensar como seguir hablando de Tinder antes de que entrase alguien a jugarle al 30 a Nacional y Provincia y rompiese todo ese clima que no tenía idea como se había forjado.

Yo: Yo también estoy en Tinder. De hecho, el primer cuento, el que te gustó, lo escribí por las malas experiencias que tuve en esas app.

Ella: Ah, mirá... Si te ganas el Quini, te doy like.

Yo: ¿Así es la cosa? Son estos seis numeritos, ¡Apretá los botones que tengas que apretar!

En eso entró un muchacho y se puso a revisar los resultados de algún sorteo. La sola presencia de alguien más había roto el hechizo. No podíamos seguir hablando como si nada. Así que tomé mi boleta y me fui. Ni bien salí del local, agarré el cel, abrí Tinder y me puse a buscarla. Pagué la suscripción premium que salía millones de dólares solo para tener búsquedas infinitas o algo así. Luego de dos días, me encontré con su perfil, que leí detenidamente y le di Like. Podría haberle dado Super Like pero me pareció un montón y además no sé que implica eso. Ahora solo restaba esperar a que ella, sumergida como yo en este jueguito, hiciera exactamente lo mismo. Pasaron los días y nada. Lentamente sin quererlo ni frenarlo volvimos a la rutina pre cuentos. Unos comentarios sobre nada, buen finde y adiós. 

Nunca me había puesto a pensar si realmente quería llevar la relación a otro plano o si estaba satisfecho con ese coqueteo semanal. Es como que todo fue sucediendo sin analizarlo. Hasta que un día entré a la lotería y ella no estaba. Repetí mi boleta de siempre y le pregunté por ella al señor que atendía. Me dijo que se había ido. Ante mi claro desazón agregó que estaba de vacaciones y que volvía en un mes. Un mes de vacaciones. Seguramente sea en Brasil, playa, garotos, cuerpos esculturales, amores de verano. Un mes, cuando vuelva ni se va a acordar de quien soy. Dejé pasar demasiado tiempo. Tendría que empezar nuevamente de cero o retomar desde donde quedamos o no hacer absolutamente ningún esfuerzo. Tenía un mes para pensar que quería hacer mientras ella seguramente tenía todas las aventuras habidas y por haber en suelo brasilero. 

Cuando salí del local, me llegó una notificación al celular: Era de Tinder. Tenía un match. Era ella. Entré a la aplicación y había un mensaje:

Ella: ¿Ahora me vas a invitar a salir? ¿O vas a esperar a que vuelva en un mes?

Yo: Primero me tengo que ganar el Quini y...

Ella: ¿Y.....?

Yo: Ya veremos. 


DARIO BESADA

EDAD: 40 AÑOS

FECHA: 15/03/2023


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