Entusiasmo juvenil

 Se sentaron a metros mío, como si quisieran que escuchara todo. O tal vez porque necesitaba escucharlo.

Uno frente al otro. Los dos inclinados hacia adelante. Yo solo podía verla a ella. Joven, preciosa, vivaz. Trataba de disimular al verla. Ella lo miraba con amor. Amor es poco. Lo miraba con entusiasmo, como si hubiese encontrado el santo grial de la felicidad. Movía los ojos de un lado para el otro de una manera frenética, como si tuviese que recorrerlo todo antes de desaparecer para siempre. Y sonreía. Vaya que sonreía. Si su sonrisa emitiese luz, nunca sería de noche en este bar.
Yo lo tenia de espalda, no me parecía gran cosa pero en ese momento él captaba toda su atención. Podía haber un terremoto que ella no le iba a sacar los ojos de encima.
Uno se pone nostálgico con estas cosas. Son jóvenes, están enamorados. Perdidamente enamorados me atrevería a decir. Tal vez es arriesgarme demasiado pero me gusta pensar que la gente aún se enamora perdidamente.
En una de esas tantas de miradas fugaces que les di, comprendí algo estremecedor: No hablaban el mismo idioma. Presté más atención descuidando mi café y si, decididamente hablaban en diferentes lenguas y no era el caso que alguno era bilingue, no. Estaban haciendo malabares para poder comunicarse. Creo que darían la vida por un traductor aunque eso le quitase toda la magia a la escena.
Se agarraban las manos, se decían cosas increíblemente cursis en diversos idiomas. Seguramente se prometían amor eterno, convencidos de que nada ni nadie los iba a separar, ni siquiera el tirano del tiempo, que es el encargado de las mayores desgracias.
Yo, cual espectador privilegiado, los miraba desde mi palco, tratando de adivinar el motivo por el que se separarian en el futuro. Quizás cuando se entiendan. Cuando finalmente uno diga algo y el otro lo entienda. Y comprenda que no era tan misterioso e interesante como pensaba. O tal vez son una de esas extrañas parejas que duran y duran a pesar de los obstáculos que les imponga el tirano tiempo.
Ella hizo unos gestos y se encaminó hacia el baño. El se levantó y antes de que ella abandonara la mesa, la besó, como si no pudiese estar más tiempo sin hacerlo. Para ellos no había nadie más en ese café. No les interesaba en lo más mínimo que todo el mundo hubiese visto con incomodidad ese beso tan pasional.
El se sentó, satisfecho, y ella prosiguió su camino al baño con una sonrisa que no le  cabía en la cara.
Cuando la perdió de vista, él agarro su teléfono y llamó a alguien. Admito que tuve que contener la bronca e indignación cuando lo escuché decir en un perfecto español: "Hola amor, estoy saliendo de la oficina. Llego en media hora."
Me irritó porque acababa de romperme el hechizo. Un baño de realidad. Uno helado. No podía dejar de pensar en ella y su entusiasmo juvenil.
Salió del baño y se sentó en la mesa. Lo miraba con desesperación, como si lo hubiese extrañado horrores esos dos minutos eternos que lo perdió de vista. Él le agarraba las manos y le susurraba las cosas más empalagosas que existían en su idioma. Pidieron la cuenta y en ese preciso momento él le dijo que tenía que hacer unas cosas. A ella le pareció fascinante que sea tan misterioso, tan interesante, tan ocupado. No podía entender como lo había hallado, consideraba que era un absoluto milagro que se hubiese topado con ese hombre que la tenía perdidamente enamorada. Que no estaba sola en este mundo cruel, que tenía alguien en su vida, no como el tipo de la otra mesa que estaba solo y escribía.
Mientras se despedían ella sonreía y movía frenéticamente los ojos de un lado para el otro, como si tuviese que recorrerlo todo, antes de que desaparezca para siempre.


DARIO BESADA

39 AÑOS

25/11/2021

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