Pequeños sobreentendidos

Me miró e hizo un gesto leve de asentimiento. Bueno, en realidad no fue tan leve, fue bastante contundente, como para no dejar ningún margen de duda: Te estoy haciendo un gesto de asentimiento. Lo primero que pensé fue: Que gesto más sólido, hasta parece haberlo ensayado. Después de ese lapsus, caí en la cuenta que me lo estaba haciendo a mí. Y yo que no soy el tipo más despierto del mundo, giré la cabeza para ver si había alguien más atrás mio: No había nadie. En ese paraje, en el lejano oeste, o como le dice la gente local: Rafael Castillo, solo estábamos él y yo. Volví a mirarlo. A él y a su entorno, a su circunstancia. A su todo, a ver si podía entender qué corno me estaba queriendo decir, sin emitir sonido. Porque él no dijo ni mu, solo asintió y lo dio por hecho. Así que si alguien estaba fallando en esta conversación, era yo. De pronto, la luz. No se cómo fue que sucedió pero lo entendí. Era evidente hasta para mí. ¡Claro! Casi salto de emoción por haber descifrado el código pero su gesto había sido tan solemne, tan brutalmente solemne que consideraba una afrenta romper ese clima de duelo de Western con un salto infantil. Así que procedí a responderle en su propio idioma. Otro gesto de asentimiento. Bien marcado, para que no quede ninguna duda de que lo había entendido. Nos habíamos relacionado con una mirada, un gesto, un pacto silencioso y al tipo jamás lo había visto en mi vida. Pero la vida tiene estas cosas. No se si yo, persona de bien si la hay, estaba en condiciones de rechazar ese compromiso. Lo podría evitar si no hubiese entendido toda la situación, pero hasta para el tipo más pavo del planeta era obvio lo que estaba sucediendo y no, no había manera de safar de ese gesto de asentimiento. 

Así que procedí a acercarme, tratando de no mirarlo fijo, como si no fuese la gran cosa. Sé de que trata esto, no hagamos un gran espamento. En silencio, ni te voy a preguntar el nombre, no lo necesito, vos no necesitas el mio. Y ahí fue cuando un tercero apareció de la nada y me quiso preguntar algo. Estoy casi seguro que quería confirmar lo que yo iba a hacer. No apostaría mi vida a eso, pero si, estaba bastante seguro, así que lo interrumpí. Le chisté, sin siquiera mirarlo, como prohibiéndole hablar. Este cuatro de copas no va a romper el clima épico que tanto nos costó forjar. Por como estuvo a punto de empezar la pregunta, ´él sabía que estaba pasando y cuando le chisté, básicamente lo invité a que se sume a nuestra empresa. Ya eramos tres. prácticamente un ejercito. Él no terminó de formular la pregunta y comenzó a caminar atrás mio, claramente reconociendo su rango inferior por haber llegado después, cuando ya estaban repartidos los mejores cargos. El vendría a ser un soldado raso y a menos que tenga una performance destacada, eso no iba a variar. 

Eran cerca de las 22hs, de una noche de invierno en el oeste profundo. No llovía, pero a mis nietos probablamente les diga que estaba diluviando cuando con el esfuerzo del improvisado equipo, y contra todo pronóstico, el auto arrancó. 


DARIO BESADA

38 AÑOS

12/11/2020

Comentarios

Entradas populares de este blog

La apuesta

La parca

Sueños de cuarentena