El cómico

Me senté en la silla y arrancó el show. Trabajo toda la semana en una oficina que detesto y los fines de semana, cuando me da el bolsillo, asisto a diversos show de stand Up. Mi sueño es estar arriba de un escenario y vivir de eso. Por eso trato de ir a todos los shows que me pasen cerca como para empaparme del tema. Con tiempo voy a ir armando mi propio material, me considero un tipo gracioso pero no es fácil pararse ante una multitud y desenvolverse como si nada.
En esta ocasión, un gran cómico a nivel continental estaba en mi ciudad y yo no me podía perder la oportunidad de ir a verlo y aprender lo que pudiese de este supuesto prodigio.
Empezó el espectáculo y, para mi enorme sorpresa, el tipo no era gracioso. Sin embargo la gente a mi alrededor estallaba de risa, las carcajadas me aturdían aunque decididamente yo no estaba entendiendo ningún chiste. A mi parecer el ritmo del relato era cansino, se notaba a la legua que el cómico estaba en piloto automático. No era un show que le fuese a cambiar la vida. Era uno más de su interminable gira y seguramente quería estar en su hotel con alguna de las fanáticas que solían abordarlo luego de todos sus espectáculos. Para mi estupor la gente seguía riendo y riendo. En algún momento pensé que podían ser extras pagos, como para alentar al verdadero público, pero eran demasiados. Cuando menos me lo esperaba, el show terminó. La gente lo ovacionaba de pie, aplaudía, gritaba, hacía todo para demostrarle que había sido un show de puta madre. Yo no entendía nada. Volví a mi casa hecho un mar de dudas. Si este tipo era un crack y yo no entendía nada... ¿Cómo iba a lograr que el público enloqueciera como con él?
Al día siguiente revisé el periódico buscando la crítica del show y como no podía ser de otra manera, decía que había sido uno de los mejores show de la historia de la ciudad. Quedé devastado. No entendía el humor de ese tipo y pareciera que era el único del mundo al que le pasaba. Moví cielo y tierra para ponerme en contacto con él, pero los mastodontes de seguridad hicieron un gran trabajo y solo pude gritarle cosas de lejos. Quería hablar con él, que me pasara tips, o me apadrinase, como se hace mucho en este ambiente. Todo fue en vano. Se fue de la ciudad dejando a la gente contenta y a mí, hundido en la desesperación. 
Decidí escribirle una carta, cual fanático, hablando maravillas de su show y muchas otras patrañas, contándole mi historia a ver si lograba tocarle el corazón y que me ayudase a progresar en este oficio. 
Pasaron los días, semanas y meses. Yo seguía retocando mi monólogo hasta que en un momento pensé que era suficiente. Tenía que arriesgarme y hacer mi presentación en el club local. Seguramente solo irían mis amigos y familiares a verme. No esperaba llenar el lugar como con la otra estrella. Me quedé boquiabierto cuando el dueño del lugar me dijo que habían vendido todas las entradas. Él estaba francamente sorprendido y me preguntó si les había pagado a toda esa gente para que vinieran a hacerme el aguante o algo de eso. Ante mi negativa, me miró unos segundos y dijo que alguien había estado esparciendo el rumor de que conocía mi material y era espectacular. Me sonrojé y el cuerpo me empezó a temblar. Decididamente no esperaba un lleno en mi primer show. Iba a ser un desastre. Con seguridad me iba a olvidar los chistes, iba a tartamudear, o tal vez el nivel no iba a estar a la altura de lo que el público vino a ver. Ya me veía venir el abucheo. Era probable que me arrojasen cosas. Por suerte los patovas de la entrada realizaban un cacheo exigente, así que nadie iba a poder entrar con huevos, ni cascotes. 
Luego de que me presentaran con bombos y platillos, subí al escenario. Mi sueño. El que me presentó exageró un montón de cosas y yo estaba temblando de los nervios. Cuando agarré el micrófono, le hablé al público. Ellos respondieron con una ovación de pie. Tal vez el público es así con todo el mundo. No es algo especial. Pude visualizar a algunos amigos, con los que había probado el monólogo hasta el hartazgo, familiares y luego un mar de gente totalmente desconocida que había pagado para ir a verme. A mi. A un completo don nadie. 
El show arrancó bien, los chistes eran buenos, cortos, concisos. La gente reía, aplaudía. En ese momento pensé que no era tan difícil en realidad. Solo había que manejar los nervios y el público se encargaría del resto.
Cuando estaba por terminar, me quedé viendo a un tipo que no se había reído en todo el espectáculo. Era como yo, en el show del cómico. Serio, mirando a su alrededor, sin entender de qué corno se reía la gente. Cuando se dio cuenta de que le había clavado la vista, metió la mano en el bolsillo y, realmente con una rapidez asombrosa, me tiró un tomate con mucha puntería. La gente se calló de pronto. Silencio sepulcral. Los de seguridad lo arrastraron afuera mientras gritaba que quería el dinero de la entrada, que se sentía estafado.
En ese momento decidí terminar mi monólogo. Mi limite eran los tomates. Había salido todo bastante bien y sólo me impactó un tomate. Cuando llegué al camarin, me encontré con una carta del cómico que decía: Espero que mis infiltrados no se hayan expuesto demasiado y el show haya sido un éxito. No te preocupes si alguno no se rió en las dos horas, siempre hay al menos un idiota.


DARIO BESADA
37 AÑOS
29/05/2020


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