La fiesta de los Arroyo

¡¡Me llegó la invitación!! No puedo más de la emoción. Se comentaba por el pueblo que ya las estaban mandando y si no te llegaba por estos días estabas frito. Es el acontecimiento del año, no, que digo del año. ¡Es el acontecimiento de la década! Esta fiesta se hace cada diez años, es una excentricidad de los Arroyo, que para nosotros son como los Roquefeller. Imaginense el revuelo que hay en este pueblito en el medio de la nada cuando llega la fecha de la fiesta. Somos la envidia de todos las localidades vecinas, que se esmeran en atraer turismo como sea. Nosotros tenemos esto y tiene alcance, no solo provincial y regional, sino que nacional. Las cadenas más importantes de la Gran Capital vienen a cubrir este evento. Es que los Arroyo son una de las familias más acomodadas del país, si si, así como lo escuchan. Y como no olvidan sus orígenes, dejaron una mansión acá y una vez cada diez años hacen esta fiesta para que durante un fin de semana se hable de nosotros a lo largo y ancho del país. Son gente muy generosa, podrían estar viviendo donde quisieran pero esto activa nuestra economía durante todo el mes, porque viene gente de todos lados para ser parte de un evento único. Lo hacen cada diez años para que no se pierda el misterio. Sigo pensando que es una eternidad pero eso es lo maravilloso del asunto. Esperar diez años por algo y estar comiéndote las uñas para ver si te llega la invitación o no. Qué vida. No se habla de otra cosa durante meses y meses, hasta años. Esta es la segunda vez que me invitan, la primera fue hace veinte años, hace diez no fui seleccionado. Solo seleccionan a cien personas, en este pueblito somos tres mil tres. Aunque no sé si el censo está actualizado. La hija de los Perez tuvo familia hace poco, aunque el menor de los Gomez se fue a la Capital para estudiar, así que estamos en tres mil y monedas. El intendente hace malabares para mantener a los jóvenes en el pueblo, no es tarea sencilla ya que hay nulas posibilidades de progreso a menos que te vayas, estudies y vuelvas pero como todos bien sabemos, nadie vuelve. La única que yo recuerde que rompió esa regla fue la Emilia, que se recibió de doctora y volvió a sus pagos. Le hicimos un agasajo con de todo.
La fiesta tiene sus particularidades. Más que nada porque no es una fiesta en realidad, es un concurso o una competencia. No estoy seguro hace cuanto que lo hacen pero por lo menos hará medio siglo. Las tradiciones fueron cambiando y con el paso del tiempo también la tecnología que se utiliza. La fiesta de los Arroyo se conoció durante las primeras décadas como la Fiesta de blanco. En la invitación especificaba que tenias que ir vestido totalmente de este color. Sonaba extraño hasta que leías el motivo. Al ser una especie de competencia con un único ganador había que cumplir ciertas pautas. Había un premio. En la fiesta te iban a dar de comer y tomar todo lo que quisieras, un buffet libre. El ganador se definía luego de que todos, salvo uno, se hubiese manchado el atuendo al comer. Las cien personas siempre pensaban que era una tarea bastante sencilla comer sin mancharse. Bueno, no era tan simple. La comida consistía en sanguches, con miles de salsas que parecían diagramadas para teledirigirse a alguna prenda blanca e impoluta. Cada cierta cantidad de tiempo debías comer algún sanguche, el que estaba lleno quedaba eliminado, así que había que medir las porciones aunque el menú era una exquisitez. Otra particularidad es que el premio era un absoluto misterio. Nunca se supo que habían ganado los anteriores ya que firmaron un acuerdo de confidencialidad. Todo el mundo suponía que era dinero. Mucho. Pero el misterio le daba otro gustito.
Hace veinte años había unos señores de seguridad que constaban a ojo si alguien había sido manchado y lo invitaban amablemente a retirarse del establecimiento con la comida en la mano.  Hoy, con el avance de la tecnología, te ponen unos sensores y salta una alarma en cuanto una mancha impacta en la prenda blanca. Eso es lo que dice en la invitación. Se jactan de los avances. Sensores, tres mil tres personas hablando de sensores y probablemente ninguno había visto uno en realidad. Las últimas dos ediciones las ganó Don Felipe, hoy un señor mayor, de unos sesenta años que se convirtió en una celebridad nacional. Le hicieron miles de entrevistas e incluso participó en varias telenovelas y películas que salieron en el cine. El único que hay en el pueblo se llenó cuando estrenaron su película en la pantalla grande. Salvo los Arroyo no había nadie que hubiese logrado triunfar en la Capital así que era todo un acontecimiento. Nunca dijo qué había ganado las dos veces pero tenía un muy buen pasar económico, así que debió ser plata. El ganador del certamen clasifica inmediatamente para la próxima edición si es que aún vive. Muchas cosas pueden pasar en diez años.
En cuanto llegué a la mansión pude ver algunos novatos comiendo snacks en la entrada. Esos no durarían mucho. Había que medir lo que comías porque realmente te podías llenar en cinco minutos y mas allá de la fama, todos queríamos saber cual era el premio misterioso. Antes de sentarnos en la mesa nos pusieron los famosos sensores. Eran diminutos y nos mostraron como funcionaban. Tenían una precisión asombrosa. Cualquier mancha de lo que sea que hiciese contacto con la tela blanca, adiós. De todas maneras había un ejército de hombres de seguridad, no tenía claro que tipo de problemas estaban esperando. Tal vez algún atentado, vaya uno a saber. Si iba a pasar algo, estos tipos estaban preparados, sin dudas.
En mi mesa se sentó Don Braulio que tiene una despensa y fama de olvidadizo. Cuando entrabas a su comercio lo más común era verlo enfrascado en una discusión con un cliente sobre si le pagó o no el fiambre la semana anterior. Tiene le pésima costumbre de no anotar nada y confía en la memoria del cliente, como si todos viviésemos para eso. Debo admitir que al menos es honrado, ya que las discusiones se solían zanjar con un: "está bien, te creo", de su parte. Esa despensa pierde dinero como yo cabello. En algún momento el pueblo va a tener que salir a su rescate o también podría ganar el concurso y con eso tirar otros diez años.
Las mesas son de cinco personas y se van reacomodando a medida que la gente va quedando eliminada. No tenía trato con el resto de comensales de mi mesa, no es que no los conociese pero aunque seamos tres mil y pico de habitantes, no todos nos llevamos bien con todos. Así que entablé una charla sobre nada con Don Braulio, ignorando deliberadamente a las otras tres personas.
Con el correr de los minutos, se anunció por altoparlantes que la primer persona había quedado eliminada por una mancha de salsa golf en el pantalón. Y actualizaba la cuenta a noventa y nueve. Así que así iban a ir informando cuantos quedaban. Salsa golf. Ya por comer salsa golf deberías quedar eliminado. Braulio me dijo que tenia en oferta ese producto porque casi nadie la compraba. Y si, no me sorprende. En ese preciso momento comprendí que no sólo tenia que velar por mi concurso, sino también por el del almacenero olvidadizo. En cuanto quedase eliminado iba a verme obligado a hablar con gente que me cae particularmente mal.
Los sanguches eran excepcionales, las salsas traicioneras. Era muy fácil olvidarse totalmente del concurso y volcarse a un día de gula soberbia. Cuando quedaban ochenta y cinco me antojé por un sanguche sencillo de jamón y queso, con salsa cheddar. En cuanto mordí, un poco de esa salsa salió disparada hacia la manga de uno de los participantes de mi mesa y al hacer contacto con la prenda se escuchó una alarma y un nuevo eliminado. El tipo me miró con estupefacción. Lo había eliminado yo, sin querer es cierto, pero había sido absolutamente mi responsabilidad y eso abría un abanico de turbias posibilidades. Don Braulio me miró con desprecio y me retiró la palabra. Había perdido mi único aliado.
Cuando reacomodaron las mesas, a la nuestra llegó la celebridad más importante del evento: Don Felipe. Por un momentos nos olvidamos de todo y lo llenamos de preguntas. Un tipo adorable. Educado, agradable y gracioso. Gran incorporación ya que había un clima tenso luego del accidente cheddar. Ahora todo el mundo me miraba con desconfianza y cada vez que agarraba algo para comer, se preparaban para la guerra. No tardaron nada en alertarlo, a lo que el ganador de las últimas dos ediciones solo dijo: "Ah, ¿Se puede? ¡¡De haberlo sabido!!" y todos rieron incómodos sin sacarme los ojos de encima. El clima de hostilidad hacia mi persona era francamente merecido e irremontable, esperaba que al seguir habiendo eliminados nuestra mesa se desarmase y me ubicaran con gente que no hubiese visto como, de la nada, había despachado a un concursante.
Pasaron las horas, las eliminaciones y los escándalos, porque seremos pocos pero nos hacemos notar. Y no todos pierden con una sonrisa en la cara. El mayor atractivo de la tarde fue cuando Carlos, un peón que trabaja en el campo quedó eliminado y acto seguido saltó sobre la mesa y culpó de esa catástrofe a María. Dice que lo miraba, le hacía ojitos y lo distraía, motivo por el cual no vio venir esa mancha de ketchup. Gente grande, por favor. A esa altura de la vida, todos sabíamos a qué jugaba María. Los mastodontes de seguridad tuvieron mucho trabajo para mi sorpresa, Se encargaron de sacar por la fuerza a más de uno. En un momento determinado se apagaron todas las luces y se prendió un reflector que enfocaba al escenario. Se venía un anuncio importante, estuve tan concentrado las últimas horas que no me fijé cuanta gente quedaba. El anuncio era precisamente para informar que quedábamos cinco. La mesa final. Mirábamos con fascinación pero sin descuidar nuestra prenda blanca llena de sensores. Esta era una distracción perfecta para que pum, mancha de guacamole y a casa.
Los finalistas eramos María (según los rumores se había cargado a por lo menos una docena de participantes), Don Felipe, Don Braulio, yo y... oh no, no puede ser. Elizabeth. Con ella tuve un romance cuando eramos sólo niños, las cosas no terminaron bien entre nosotros. Yo seguí con mi vida, me casé, tuve hijos, ella igual, pero cada vez que me la cruzo en algún lado me echa en cara cosas de hace como cien años. ¡Era otra vida! Donde por lo visto yo era el culpable de todo. Yo sólo recuerdo que salimos un tiempo y nada más, ella se acuerda palabra por palabra los diez meses de relación. Imposible competir contra eso. En algún momento comencé a sospechar que había empezado a inventar historias apoyada en mi nula memoria en esos diez fatídicos meses, pero no tengo pruebas y a esta altura creo que nunca las tendré.
Lo que me faltaba, Braulio y Felipe que me miran con rencor por el accidente del cheddar, María que en cuanto te distraes, te descalifica y ahora encima Elizabeth que si no me elimina, me va a echar en cara sucesos que aún ni inventó. Debería ahorrarme esta mesa, levantarme con toda la dignidad del mundo y retirarme a paso seguro, no sin antes vaciar un pote de mayonesa sobre mi ex. Así al menos me acuerdo de algo que le hice.
Como era de esperarse, ni bien nos acomodamos empezó a recriminarme cosas, lo peor era que María estaba de su lado, cuestión de genero supongo, o porque era realmente creíble en su actuación. Una vida practicando y le salía a la perfección. Yo me defendía como podía pero era una batalla despareja hasta que el honrado Braulio salió en mi defensa. Aún indignado por los sucesos de este día, se puso de mi bando y empezó un ida y vuelta que atrapó hasta a los muchachos de seguridad. Pude ver como susurraban cosas, como diciendo de que lado estaba cada uno. En ese momento fue cuando Felipe, aprovechando un momento alto del debate, agarró una cuchara y con un movimiento ágil y temerario, me enchastró a mi y a Elizabeth con una salsa marrón que no tengo idea que carajo tenía. Sonaron las alarmas, los de seguridad se miraban confundidos. Don Braulio estaba atónito. No había sido un accidente, ese viejito simpático había aprovechado la discusión y emulando a María nos había eliminado.
No llegué a atinar palabra antes de que me sacaran a empujones. Elizabeth seguramente me culparía de esto por el resto de mi vida. Don Braulio aún tenía la boca como desencajada, no pestañeaba, estaba petrificado. María sólo atinó a decir: "Dos menos".
Don Felipe había ganado los dos concursos anteriores en buena ley, tal vez porque no se le había ocurrido este eficaz método. Era reconocido por todo el pueblo, una auténtica celebridad. Esto no pasaría desapercibido, sería catalogado como persona no grata, como ya lo era María hacía tiempo.
Posiblemente se había vuelto codicioso y quería ganar como fuese. Era el único que sabía más o menos de que se trataba el premio y optó tirar todo su prestigio y reputación a la basura con tal de tener más chances de ser nuevamente el ganador. Al salir de la mansión, había unas vallas donde estaban todos los eliminados, los curiosos  y la prensa. Me entrevistaron como a todo perdedor y no dieron crédito de mi historia, luego ratificada por mi ex. No pasó ni media hora que salió María. Un atronador abucheo se escuchó desde este lado de la valla. No quiso hacer comentarios y se fue rápidamente de la mansión. Nadie tenía idea cómo había perdido pero dado los hechos era probable que Felipe la haya eliminado para quedar a solas con Braulio, que era básicamente incapaz de hacer algo desleal. Todos queríamos en la final al olvidadizo almacenero porque no había manera de que jugase sucio.
Pasaron unos minutos y de pronto un murmullo llegó al oído de todos. Había un ganador. Muchos rumores pocas certezas. La prensa esparcía la información sin chequear con demencial rapidez, así que según el medio que estuvieses mirando, podía haber ganado uno u otro. Luego apareció uno de los organizadores del evento para anunciar al ganador. Todos estábamos totalmente hipnotizados, deseando que el almacenero se las hubiese arreglado para batir al tramposo de Felipe. El presentador no dio detalles de quién ni cómo había ganado. Quería darle un toque de misterio al asunto. El rating debía estar por las nubes. En cuanto iba a hacer pasar al ganador todo se volvió confuso.
Lo que recuerdo de esa noche fue que alguien con un entrenamiento seguramente militar, saltó las vallas y con una mochila a cuestas se dirigió gritando cosas inentendibles hacia la entrada de la mansión. Tenía el rostro descubierto, por lo que no le importaba que lo reconocieran. Esas imágenes las tengo grabadas en cámara lenta, cómo si de alguna manera el universo supiese de antemano que estaba ante una situación extraordinaria. Mientras el muchacho corría velozmente hacia la mansión, los patovas de seguridad, presas del pánico generalizado, en lugar de tratar de detenerlo salieron disparados hacia todas direcciones. La bomba explotó en cuanto el corredor se abalanzó sobre el presentador. Todos los que estábamos atrás de las vallas caímos al suelo, algunos con heridas leves  pero ninguno de gravedad. La mansión había quedado totalmente destruida. En ese atentado fallecieron varias personas de seguridad, gente de la organización y los dos finalistas. Incluso con el pasar de los años nunca supimos quién había ganado pero los rumores eran varios.
Producto de las investigaciones salió a la luz que los Arroyo estaban metidos en varios negocios turbios. Nada que sorprenda. Si un poco de dinero había corrompido a Don Felipe, una tolenada de dinero podía corromper a cualquiera. La organización se encargó de las familias de los fallecidos y el almacén de Don Brauio siguió funcionando al menos otros diez años más, bajo otra gerencia.
Tardaron varios años en reconstruir la mansión pero la hicieron tan impactante que se convirtió en una atracción turística por sí misma. Luego de todos los resarcimientos y a pesar del dolor inmenso por las victimas quedaba una pregunta por responder. Al pueblo nunca le interesó quién había mandado a volar todo ni porqué. Sólo le interesaba saber si la fiesta se haría a los diez años o no. Era una tradición y sin ella, el pueblo sería uno más, volvería al anonimato.
Esta semana deberían estar entregando las invitaciones. Tres mil y pico de personas están en la puerta de su casa esperando al cartero. Los medios se hicieron eco de la historia y entrevistaron a mucha gente que tenía poco que decir y mucho que opinar.
Mientras todo el mundo espera que se encuentre a los culpables del atentado, nosotros esperamos al cartero. Ahí viene, con una expresión férrea. Pareciera que entrenó toda su vida para este momento crucial. No se le distingue ningún gesto, sonrisa, mueca, nada de nada. ¿Tendrá las invitaciones? Tiró las cartas en el patio de mi casa y siguió su camino. Corrí hasta el frente lo más rápido que pude y me lancé sobre las cartas en busca de la invitación que espero hace ya diez largos años. Qué vida.

DARIO BESADA
37 AÑOS
29/01/2020


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