El peso de la herencia

Se lo veía taciturno, abstraído. Preocupado. Muy preocupado. Motivos no le faltaban. A sus escasos 22 años lo habian puesto al mando de un ejército. Y  no era cualquiera ejército. Era Roma. Era todo.

El problema radicaba en que no estaba capacitado para tal empresa. Era muy joven. O tal vez no había heredado lo suficiente. Ah si. Lo habían puesto de cónsul, con sólo 22 primaveras, únicamente por la memoria de su padre. Nadie era cónsul antes de los 40. Pero habían obviado años y años de historia. Porque él era el hijo de su padre. Su padre sabría como afrontar aquella batalla. El gran Cayo Mario diseñaría algún plan magistral, algunas argucias y se acabó. Su padre no fallaba. Cuando Roma lo necesitó, él siempre estuvo. Fue su salvador miles de veces (no fueron miles, pero para el pueblo romano era un crack).

Todo Roma pensó que el hijo sería igual. Incluso él lo pensó. No podía ser tan dificil manejar un ejército. Pero nunca había estado de este lado. Nunca tuvo que enfrentar a varias legiones y comentarles el plan de batalla. Él era un soldado. Él obedecia. Era un gran soldado. Pero ahora tenía que comandar las legiones romanas.

Sabía de sobra que con un general inepto (como lo era él) miles y miles de soldados romanos perecerían en vano. Sería un derrota humillante y aplastante. La alternativa no era mas prometedora: admitir su incapacidad. Ante su legado, el cual le profesaba cierta admiración. Ir y decirle: -No puedo manejar esto.

Deshonra, humillación. Incluso algunos soldados resentidos podrían hablar de cobardía. Justo él, que prefería morir antes que rendirse. Y si peleaban, moriría. El general rival le cortaría la cabeza y la pasearia por todas las ciudades, cual trofeo. Lo típico. Él haría lo mismo.

En otros tiempos anhelaba ser mas que su padre. Mas para Roma. Que Roma lo recuerde a él. En ese momento no sabía que sería peor para la memoria del gran Cayo Mario: una derrota de su hijo,  indicando que era un absoluto inútil dando ordenes y mandando a la muerte a demasiados romanos o... una renuncia con consecuencias inciertas. Sus detractores harian ahínco en la cobardía. Incluso podrían hablar de traición. La memoria de su padre lo atormentaba.

Tenía que tomar una decisión. El ejército enemigo atacaría al amanecer. Si iba a delegar el mando, tenía que ser ya. Que alguien apto organice la defensa. Si iba a comandar a las legiones romanas a la muerte solo tenía que reunir a la tropa y comentarles el plan de batalla, con todas las estrategias que él sabía que no serían suficientes.

El tiempo se había acabado, era el momento decisivo. Reunió a la tropa y... se enfrentó con su destino.

DARIO BESADA
11/01/2018
35 años

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