Un Corazón Herido

¿Qué hago? Tengo mis dudas. ¿Voy o no voy? Sí voy, va a pensar que la necesito. Si me quedo, voy a sufrir. ¿La necesito? Sí, porque en el peor momento estuvo, cuando acudí a ella, vino. Odio admitir que me hace falta aunque una extraña sensación recorre mi cuerpo al recordar viejos tiempos.

Por las mañanas me levanto pensando que la tengo a mi lado, la sonrisa se me desdibuja al ver la triste realidad. ¿Tantos errores puede cometer uno en tan poco tiempo? Soy experto en relaciones efímeras pero ésta es diferente. Desde el comienzo no supe como manejarla, al contrario, me había convertido en su esclavo. Mis allegados, debido a mi derrumbe emocional, me llevaron al campo. Aire fresco, animales pacíficos incapaces de dañarme... Era otra vida. El dolor y la angustia pertenecían al pasado.

Estuve 5 meses en el campo. Las noches eran eternas, los días interminables. A pesar del simpático esfuerzo, sólo pensaba en su cabello, la forma en que le caía sobre el rostro; su sonrisa, un arma de doble filo. Por lo tanto el campo no fue lo que esperaba, o, al menos, lo que esperaban mis amigos. Regresé más aturdido. Una necesidad, casi fisiológica, me urgía: tenía que verla.

Era una tarde soleada, yo transpiraba así como lo hace un testigo falso. Ella posó su dulce mirada en mis fatigados ojos. Hizo un ademán y se acercó un joven apuesto: ojos verde esperanza, pelo rubio platinado, una sonrisa irritante. La abrazó y se presentó. No lo golpee, en primer lugar porque me doblaba en tamaño; en segundo lugar porque no soy esa clase de hombre.

En resumen, la extraño. Sé que ama a otro hombre pero no me puedo resignar. No puedo vivir con esta carga durante el resto de mi vida. Voy, y que piense lo que quiera.



Autor: Dario Besada
Edad: 20 años
Fecha: 24/06/2003

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