Lo que no debía besar
Le besé la mano y un olor nauseabundo me provocó una arcada inmediata. No era que estuviera sucia: era como si se hubiera ensuciado a propósito para la ocasión. Tenía una textura indefinida, un color imposible y un aroma capaz de tumbar a cualquiera. Si existiera un museo de manos que no deberían haber existido, esa sería la atracción principal. Para colmo, era grotesca, deforme, espantosa. Yo no podía entender cómo alguien con semejante esperpento podía ser el capo de la mafia. Fui imprudente, lo admito. Ni sospechaba que ella era su única hija. Y claro: en ella no había ni rastro de la maldita mano. No era hereditario. Si lo hubiera sido, yo no estaría ahora en esta situación. Los gorilas que escoltaban al capo me levantaron y me colocaron otra vez en posición para jurarle pleitesía eterna. Era eso o la muerte. Un don nadie como yo había deshonrado a su especie. Su hija estaba reservada para un rey o algún presidente de una potencia mundial, no para un tipo como yo, que le pone...