Contando las monedas

 Entré al bar a las corridas, me puse el uniforme y empecé a atender el sinfín de mesas que habitualmente me correspondían. El  lugar no era precisamente un templo de la novedad y el vanguardismo, no. Hacía tiempo que venía perdiendo clientela por ese tema. Un punto básico era que no habia wifi. Le faltaba pintura, las paredes estaban a la miseria. El patroncito venia soñando con una fusión con una franquicia moderna pero parecía que era solo eso: Un sueño. La falta de inversión se notaba en las luces, las mesas, las sillas, los menues. Parecía un bar de 1920. A pesar de perder a todo el público joven, el bar contaba con sus fieles comensales, tal vez por tradición. Los pedidos que tomé no eran la gran cosa: Un café, un tostado, nada extravagante, salvo la vieja de la mesa 14 que quería un sanguche que había visto en otro bar, que tenia un montón de cosas y empezó a enumerarlas: jamón y queso, desde ya, algo de palta. Tenia huevo, pero no era huevo duro, sería algo así como huevo revuelto, el pan era especial, como más sabroso que el que sirven acá. Y siguió enumerando ingredientes. No había posibilidad de que ese fue un sanguche real, pero yo seguía fiel con mi pantomima y anotaba palabra por palabra, cuando terminó le dije: Ah, si. El gran Patefuá (fue la primera palabra que se me ocurrió), la vieja asintiendo respondió: Si si, ese! Para luego agregar que me apurase por que tenia un montón de planes para el resto de la tarde.  

A mi me tocaban unas diez mesas, pero me sentía osado y le tomé el pedido a quince en total. Algunos comensales se sorprendían ante mi gran memoria al no anotar todos los pedidos. Son años de práctica solía responder, con cierto aire de soberbia. Entré a la cocina y le dije al chef que necesitaba hablar con el patrón de nuevo. Él titubeó, la última discusión salarial no había terminado de la mejor manera y nos tuvieron que separar para que mi ADN no estuviese desparramado por toda su cara. "No está", me mintió. Yo sabía que era mentira porque ese amarrete sinvergüenza, podía ser muchas cosas, pero estaba en esa oficina trabajando todos los días del año. Le pegué una patada a la puerta de la oficina y se abrió de par en par. El patrón estaba en otra negociación salarial posiblemente, con una de las mozas, discutiendo algo del uniforme, que con blusa, que sin blusa, que la pollera para qué, bueno, estábamos todos abochornados. Mi escena crítica de confrontación con el jefe se vio opacada por la escasa ropa de la muchacha, que intentaba agarrar sus pocas pertenencias y teletransportarse a otro universo. 

Jefe: ¿Otra vez vos? ¿Qué queres ahora? No ves que estamos.... ¿ocupados?

Yo: ¿Qué voy a querer? Un aumento! 

Jefe: Ya lo hablamos. Las cosas no están para despilfarrar plata. Tengo demasiados empleados, si no te gusta, ahí tenes la puerta.

Yo: Sos un miserable, hace 10 años que soy el empleado del mes y el peor pago por escandalo. A las pibas les inventas bonos y premios por andá a saber que contraprestación.

Jefe: Ojo con lo que estas sugiriendo, pibe. Capaz mas adelante, luego de la fusión, te pueda dar algo más. Ahora estoy contando las monedas.

Yo: Con el verso de la fusión congelaste los sueldos hace como un año.

Jefe: Que no es un verso. Nos están observando y en breve cae la oferta, por eso tenemos que hacer todo diez puntos un poquito más y después, olvidate. Hasta te puedo hacer gerente, mirá lo que te digo. vos, gerente. Cuando entraste gracias que sabías sumar, y diez años después, pum, gerente. Andá a laburar, nene.

Yo: ¿Yo, gerente de esta sucursal? No sé se si te va alcanzar la plata para pagar ese sueldo

Jefe: No me hagas reir. ¿Quién te va a contratar? Con vos estoy haciendo caridad

Lo miré diez segundos sin decir nada. Solo recreando en mi mente como sería matarlo ahí mismo. Desenfundar de la nada una ametralladora y llenarlo de agujeros. Salir triunfante de la oficina, empapado de su pegajosa sangre. Avisarle a los clientes que por un accidente, el jefe recibió 500 balazos y que el lugar queda cerrado por duelo. Escapar de la policía durante el tiempo que se pueda. Esconderme en callejones, vivir del robo y de la caridad. Conocer el bajo mundo. Vivir a la intemperie. Ser apresado en una persecución épica, tal vez hasta con helicópteros. Que me asignen un abogado mediocre y con pocas ganas de trabajar. En el juicio alegar demencia. Perder, desde ya, porque no hay que estar loco para querer matar a ese hijo de puta. Prisión. Banda de años. Hasta ahí llegó mi fantasía. Ese tipo no valía todos esos años preso. Además del pequeño inconveniente de que justo ese día la ametralladora la había dejado en casa. 

Salí de la oficina, y volví a salón, donde las quince mesas se quejaban por la demora, sobre todo la vieja de la mesa 14, que me miraba y extendiendo el brazo se tocaba la muñeca desnuda, en claro reclamo por que se le hacia tarde para todas las cosas extraordinarias que tenia que hacer esa tarde. Pasé mesa por mesa pidiendo paciencia y les dije que el jefe en persona vendría a darles las explicaciones que estaban reclamando, y antes de irme sin haber pasado ni un solo pedido al chef, les dije a las quince mesas, que por estos inconvenientes, los pedidos serían a cargo del bar. En eso apareció el jefe y ante el desconcierto general propuse un aplauso para el generoso y atento dueño del bar que se haría cargo de la cuenta de todos. Él solo balbuceó algunas palabras y levantó una mano saludando cuando los aplausos inundaron el bar venido a menos. Contando las monedas. Suerte con la fusión, patroncito. 


DARIO BESADA

17/11/2023

EDAD: 41 AÑOS







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