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Un manjar

 El restaurante estaba lleno. No dábamos abasto con los pedidos cuando El Ruso entró a la cocina como si fuese el living de su casa. Así se manejaba, como si fuera el dueño de todo. Era un mafioso local, de poca monta, no vayan a creer que era El Padrino, no no. Era su gran ambición pero por lo pronto era básicamente un Don Nadie. Empezó a llamar al chef a los gritos y al ver que nadie le contestaba, lanzó un maletín arriba de la mesa. Toda la ciudad sabía lo que significaba eso. Silencio. De repente había captado la atención de todos. Yo era dueño y chef de ese modesto restaurante durante los últimos quince o veinte años. Estuve haciendo malabares para pagar las cuentas mientras otros emprendimientos se iban a la ruina: Yo: ¿Qué es todo este espectáculo? Ruso: ¡Quiero saber quien está a cargo! Yo: Yo Ruso: Pensé que este era un restaurante serio. Hace rato que estoy acá y no me dan bola Yo: No sé si sabe donde está. Esto es una cocina, de un restaurante y resulta que estamos cocinando

Un error fulero

 Entré al natatorio y había un mundo de gente. Me lamenté no haber ido en otro horario, uno menos popular. La pileta tenia cuatro andariveles y me pareció haber leído que el máximo de nadadores (como si realmente esta gente se podría llamar nadador) eran tres por andarivel.  Busqué con la mirada alguno que tuviese menos personas que el máximo permitido y fui hasta ese con todo mi kit. Porque no soy un improvisado. No es que fui con una mallita y listo. No señor. Me compré malla, ojotas, toalla, antiparras, gorrito, todo nuevo. También llevé una botellita de agua para hidratarme si era necesario. Coloqué mis cosas cerca del borde para poder, dentro de mis posibilidades, vigilar que nadie se robase nada mío y me lancé al primer largo. Crol, me sentí rápido. Dudo que nade bien, pero rápido, si. El segundo largo lo hice practicando pecho, que cansa menos y es como para regular ya que tenía toda una hora por delante. Hice varios largos y cuando llegué al borde inicial manoteé la botella par

Tenes idea?

Por momentos te miro y me pregunto cosas. Cosas no tan profundas. Diría que son hasta cotidianas. A veces me pregunto si tenes idea las ganas que tengo de abrazarte y protegerte de este mundo cruel y efímero. Si tenes idea las ganas que tengo de caminar de tu mano hacia no importa donde? las ganas de desearte las buenas noches al oído en lugar de por teléfono? de pelearte por el lado de la cama? de pensar con que desayuno sorprenderte por las mañanas? de planear los domingos juntos?.  Si tenes idea las ganas que tengo de besarte, como si no hubiera un mañana, en cualquier esquina de la ciudad ante la mirada incómoda de los transeúntes? de presentarte a mis amigos, a mi familia, a mis gatos? Tenes idea las ganas que tengo de que planeemos un viaje a donde sea, con tal de pasar tiempo juntos?  Tenes idea los nervios que me nacen cuando te me acercas sonriendo? La tara mental que se me produce cuando me decis cualquier cosa? Tenes idea la cantidad de películas que me hice donde sos la pro

Regalo de navidad

 Miré el reloj y marcaba las 23:45. Faltaban quince eternos minutos para la entrega de regalos. Mientras tanto la familia se la pasaba recordando anécdotas incomprobables de cuando yo era un niño. Esas historias que todos saben de memoria y aparecen irremediablemente en las reuniones familiares. A veces le agregan un detalle inédito como para despertar la curiosidad del oyente. Faltando quince minutos, debían ir por la historia de cuando yo tenía seis años y se me cayó un ladrillo en la cabeza. Entré tapándome la cara y corriendo al baño, todo ensangrentado. Alguna vez mi abuela le agregó que le hice un gesto de que no dijera nada, otra vez mi mamá lo condimentó diciendo que con una mano me tapaba la cabeza y con la otra traía el ladrillo. Seis años, ¿Cómo voy a levantar un ladrillo con una sola mano? Me acuerdo como si fuese hoy lo que pesaba. Necesité de las dos manos para tirarlo hacia arriba en busca de un timbre para recuperar la pelota colgada. Pero bueno, supongo que en todas la

La vida son decisiones

 La vi sentada, charlando de la vida con nuestros amigos, de la mano de él. Pero eso no me llamó la atención, era algo habitual. Hubo algo en esa escena que me paralizó el corazón. La yema de sus dedos, sobre la palma de su mano. Estaba haciendo un circulo. Cada vez que su dedo llegaba al inicio, yo sentía un cuchillazo. Esa imagen transmitía lo peor. No era sexo, aunque imaginarla con él me revolvía el estómago. Era algo mucho peor. Cada vez que hacía un círculo completo con la yema de su dedo, yo podía ver intimidad. Como si esos fines de semana nunca hubiesen ocurrido, como si los viajes de él no la hubiesen hecho sentir abandonada. Como si todo estuviese espléndido entre ellos. Yo no podía dejar de mirar ese dedo haciendo ese cÍrculo, hasta que en un momento determinado, me vio con la mirada clavada en esa mano. No lo terminó, presintiendo lo que significaba. Siguió contando anécdotas como si nada hubiese pasado. A la noche, ya solo en mi cama, recibí su mensaje:  E: No podemos seg

Contando las monedas

 Entré al bar a las corridas, me puse el uniforme y empecé a atender el sinfín de mesas que habitualmente me correspondían. El  lugar no era precisamente un templo de la novedad y el vanguardismo, no. Hacía tiempo que venía perdiendo clientela por ese tema. Un punto básico era que no habia wifi. Le faltaba pintura, las paredes estaban a la miseria. El patroncito venia soñando con una fusión con una franquicia moderna pero parecía que era solo eso: Un sueño. La falta de inversión se notaba en las luces, las mesas, las sillas, los menues. Parecía un bar de 1920. A pesar de perder a todo el público joven, el bar contaba con sus fieles comensales, tal vez por tradición. Los pedidos que tomé no eran la gran cosa: Un café, un tostado, nada extravagante, salvo la vieja de la mesa 14 que quería un sanguche que había visto en otro bar, que tenia un montón de cosas y empezó a enumerarlas: jamón y queso, desde ya, algo de palta. Tenia huevo, pero no era huevo duro, sería algo así como huevo revue