Una isla paradisíaca

Salí corriendo como si mi vida dependiese de ello. Me tropecé unas quince veces con ramas, troncos, arbustos, etc. Por suerte, o por la escasa velocidad de los otros, nadie me alcanzó. La noche complicaba todo y la lluvia ni hablar. Deseaba no haber perdido el rumbo porque una pequeña desviación podría significar una vida entera en una isla paradisíaca repleta de predadores.

Mis pies sangraban, mi cuerpo estaba recubierto de barro, hojas, astillas y cosas que ni sé como se llamaban pero picaban. Y mucho. Cuando no pude dar un paso más por el agotamiento miré a mi alrededor y me pareció exactamente el mismo lugar de donde había partido. Vaya decepción. A los pocos minutos vi luces de linternas y escuché gritos a lo lejos. El descanso había terminado y tenía que llegar a la costa antes que nadie. No había medalla de plata para el segundo. Justo antes de empezar a correr nuevamente, un... no se lo que era. ¿Un tigre? No debería haber tigres en los bosques ¿O si?. Bueno, parecía un tigre y no de esos domesticados que uno puede ver ociosos en el zoológico. Este parecía hambriento y me miraba como si yo fuese la cena.
Pensé en trepar algún árbol, incluso había un par de simpáticos monitos que me invitaban a acompañarlos en las alturas. El feroz animal similar al tigre se me acercó y volví a ver las luces que me perseguían. Logré trepar el árbol segundos antes de que el predador me devorase.
Su frustración no duró mucho tiempo. Las linternas se convirtieron en personas y tuvo su última cena. Luces, gritos, disparos y silencio.

Me arrojé del árbol y prácticamente salí volando hacia la costa. Escuché tiros a mis espaldas. Me encantaría poder decir que con algunos ágiles movimientos los esquivé pero no fue así. Hubiese sido mucho más heroico y memorable. El tirador tenía pésima puntería, hasta el día de hoy no comprendo como le erró no una, ni dos, sino tres veces a un tipo que medía cerca de dos metros y con un par disparos le bastó para liquidar al tigre.
Cuando llegué a la costa la balsa se había ido. Bah. No estaba. Le podía haber pasado cualquier cosa. Se podría haber hundido o, y esta era mi mayor esperanza, con el vértigo de la huida pude haber corrido hacia cualquier lado y encontré la costa donde no estaba la balsa.
Así empezó mi historia: Yo, sólo, en una isla paradisíaca repleta de predadores (algunos armados).

DARIO BESADA
18/01/2019
36 AÑOS

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